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Ricardo Segura Graíño*
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Ministerio de Medio Ambiente.
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Descriptores: Gestión de sequías, Uso eficiente del agua, Regulación interanual
Como es bien sabido, la hidrología se desarrolla y fructifica sobre el fundamento aportado por las mediciones de las distintas variables hidrológicas, en especial los datos pluviométricos y foronómicos.
En este contexto, existen cuantiosos análisis profundizando el conocimiento de las avenidas de elevado período de retorno, pero son bastante escasas las aportaciones encaminadas al estudio de las sequías. Todavía más reducidos son los estudios que presentan datos concretos sobre experiencias reales de episodios de sequía, pormenorizando las medidas y actuaciones aplicadas para paliar sus efectos.
En el presente escrito se recogen las experiencias obtenidas en el episodio de sequía persistente que ha sufrido una porción considerable del territorio español, con la intención de incentivar el análisis sistemático de este episodio y aportar el grano de arena de la información y los comentarios en él contenidos. De forma consciente, se ha reducido al mínimo la documentación numérica y, por el contrario, se ha insistido en centrar la exposición en las actuaciones aplicadas.
Aun no siendo propósito de este escrito estudiar en profundidad la evolución de la sequía meteorológica, es necesario plantear las líneas maestras de la misma para poder entender la magnitud del problema afrontado.
A estos efectos, se muestran en el cuadro 1 los datos de las lluvias recogidas en ocho estaciones pluviométricas extendidas por todo el territorio peninsular. Los datos se inician en el año hidrológico 1990/91 –desde el 1/10/90 hasta el 30/9/1991–, el cual puede considerarse un año relativamente normal con la excepción de las estaciones de Valladolid y La Coruña, y se extienden hasta el presente.
Un somero análisis del citado cuadro pone de manifiesto, en primer lugar, la tópica irregularidad espacial y temporal de nuestro régimen pluviométrico. En general, la sequía meteorológica se inicia en el año 91/92 y finaliza en el otoño de 1995; geográficamente, se extiende a la mitad sur del territorio peninsular –cuencas del Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Sur, Segura, Júcar y margen derecha del Ebro–. En la cuenca del Duero, la sequía presenta un carácter bienal –90/91 y 91/92–, mientras que en el oriente –estaciones de Murcia y Zaragoza– se inicia en el año 93/94 y aún no ha concluido. En la estación de Sevilla (aeropuerto), se aprecia el máximo rigor de la sequía: la lluvia media en los cuatro años de sequía –1/10/91 a 30/9/95– es de 195,5 mm, el 35% del valor medio de la serie histórica.
Este descenso relevante de las precipitaciones se traduce en un descenso radical de las escorrentías circulantes por los cauces de la extensa zona afectada y de los volúmenes afluentes a los embalses. En las cuencas meridionales –Guadiana, Guadalquivir, Sur y Segura– los efectos alcanzan su grado pésimo. En 1995 el Guadiana se secó totalmente, mientras que el Guadalquivir mantuvo un caudal mínimo.
Terminada el 1/10/1991 la campaña de riegos del verano de 1991 –última normal–, los embalses destinados a usos consuntivos en las cinco cuencas más afectadas –Guadiana, Guadalquivir, Sur, Segura y Júcar– sólo almacenaban 5.482 hm3, lo que equivale al 29% de su capacidad total, que entonces ascendía a 18.733 hm3. Desde entonces, y hasta fecha reciente, las entradas a los mismos han sido muy reducidas, impidiendo su recuperación; las bajas reservas de los embalses han obligado a restringir los consumos de tal forma que en la campaña de 1995 no se ha distribuido agua para el riego salvo en contadas excepciones.
En el cuadro 2 se detalla el nivel de las reservas embalsadas en cada cuenca al comienzo de la sequía, al inicio del año hidrológico en curso y en su situación actual. Se observa que al inicio del presente año hidrológico la situación en las cinco cuencas meridionales era de agotamiento práctico, pues sólo en la del Sur se alcanzaba el 10% del volumen máximo de los embalses. Tras de las fuertes precipitaciones del pasado otoño/invierno la sequía ha sido superada, salvo en las cuencas levantinas, donde la falta de lluvias adquiere un carácter endémico, y aún continúa en la fecha en que se redacta este escrito.
Con independencia del período de recurrencia exacto de la sequía sufrida, lo que está fuera de discusión es que se trata de un fenómeno de gran dureza, con grandes repercusiones sociales y económicas. El Consejo Económico y Social ha evaluado las pérdidas directas del sector agrario en 1995 atribuibles a la sequía en 726.000 millones de pesetas.
Los agentes implicados, principalmente las administraciones hidráulicas y los usuarios, tomaron conciencia desde el primer momento de la situación de penuria hídrica. Así, la primera disposición administrativa se dicta el 22/05/1992 –boe del 27/05/1992–, prorrogándose sus efectos durante el episodio de sequía.
La singular intensidad y duración de la sequía, con las consiguientes limitaciones al consumo, trasladó a la sociedad afectada la preocupación sobre la situación, adquiriendo la temática hidráulica una repercusión inusitada en los medios de comunicación.
En el año 1992/93, las reservas del Canal de Isabel II se redujeron a niveles preocupantes. Al verse comprometido el suministro a la capital nacional, el protagonismo del agua se reforzó; aunque la situación de escasez en el área madrileña se superó con las lluvias de 1993, se ha mantenido vivo el interés hidráulico del cuerpo social.
Fig. 1. Embalse de Buendía. |
Las incertidumbres inherentes a nuestro régimen de lluvias han impuesto unos procedimientos prudentes de gestión, fijándose como objetivo principal tener garantizado en todo momento un suministro –estricto pero suficiente– a las áreas urbanas para, al menos, un período de doce meses. La gestión se ha desarrollado por la Confederación Hidrográfica en un entorno de participación de las administraciones y usuarios interesados; a estos efectos, se han constituido mesas de sequía para coordinar y dirigir las diversas medidas y actuaciones aplicadas.
La gravedad de la sequía ha forzado a la administración hidráulica estatal a asumir, en parte, la responsabilidad del abastecimiento a los principales núcleos urbanos de las zonas afectadas, trabajando en conjunción con las administraciones locales, que son las competentes en situaciones ordinarias.
Bajo la atenta mirada de la ciudadanía, los responsables de la gestión de los recursos hídricos han aplicado un amplio abanico de medidas y actuaciones encaminadas a aprovechar al máximo los recursos hídricos disponibles en cada lugar y momento.
Fig. 2. Saliencia |
En primer lugar, se ha incentivado el uso eficiente del agua bajo el criterio de emplear siempre la necesaria, pero sin desperdiciar ni una gota. Esta medida se ha aplicado mediante campañas publicitarias y de educación hídrica.
En esta misma línea, se ha impulsado el cultivo de productos de bajo consumo –por ejemplo girasol– y el abandono de los más sedientos –por ejemplo algodón o alfalfa–. En forma paralela, se ha fomentado la introducción en los jardines de especies pertenecientes a la flora xerícola. En muchas zonas, los usuarios han sufrido recargos en las tarifas si se superaban unos consumos proporcionados. En resumen, se trata de medidas de gestión de la demanda por vías no coercitivas, pero con las que se han conseguido ahorros significativos –del orden del 10%– en el consumo, al tiempo que se crea una concienciación en la colectividad.
En un segundo nivel, y al amparo de la vigente normativa, se han impuesto restricciones obligatorias a los distintos usuarios. En primer lugar, se ha restringido la dotación a las zonas regables, llegándose a no suministrar más que a los cultivos perennes. El suministro urbano también ha sufrido limitaciones en el uso –riego de jardines, salvo los históricos, lavado de vehículos, etc.–, así como reducciones en la presión y cortes nocturnos durante largos períodos; de esta forma, se ha conseguido un ahorro adicional del 10/15%. En algún caso, según lo previsto en el artículo 56 de la Ley de Aguas, se ha procedido a reasignar, para el suministro de agua a poblaciones, reservas destinadas específicamente a zonas regables. Es decir, se han aplicado, cuando se ha considerado necesario, medidas coercitivas de gestión de la demanda.
Todos los agentes, administraciones y usuarios, han llevado a cabo actuaciones concretas para reducción de las pérdidas en las redes de transporte y distribución del agua. También se han introducido tecnologías que permiten una mayor eficiencia, en particular en el ámbito del regadío, donde el área regada por goteo se acerca al 10% de la superficie regada, y la aspersión se eleva a otro 30%.
Fig. 3. Regadíos en Torre de Segre. |
En algunos casos, cuando existían infraestructuras que lo permitían, se han negociado reservas de agua. Así, por ejemplo, la Administración municipal de Sevilla ha adquirido a los regantes del Viar un volumen considerable de aguas almacenadas en el embalse de Pintado. Cuando ha sido posible –casos de Benidorm y Madrid–, se ha producido un uso en cadena o reutilización, aplicándose el agua residual depurada de las ciudades en el riego de zonas próximas. En otros casos, se han aplicado recursos adicionales de menor calidad a usos que presentan menores requisitos de la misma; así, en varias ciudades –Madrid, Tres Cantos, etc.– se han alumbrado aguas subterráneas para el riego de parques y jardines.
El incremento de los recursos utilizables ha sido otra constante de la gestión desarrollada. Ante una sequía de tanta intensidad y persistencia es necesario emplear al máximo los recursos, cualquiera que sea su origen.
El efecto de regulación de embalses y acuíferos ha sido utilizado donde ha sido posible. Los volúmenes almacenados en los embalses al comienzo de la sequía, incrementados en las limitadas escorrentías recogidas, se han demostrado fundamentales a estos efectos. En cuatro años, las reservas de las cinco cuencas más afectadas han bajado de 5.482 hm3 a 1.745 hm3. De esta forma, se ha podido utilizar un volumen cercano a 5.000 hm3, a pesar de que al comienzo del período seco los grandes embalses puestos en servicio en los últimos años –La Serena, Alange, Guadalcacín, Barbate, etc.– tenían escasas reservas, pues no habían estado en servicio durante un período húmedo.
El uso intensivo de las reservas de agua subterránea ha aportado un efecto estratégico sustancial: las administraciones estatales han alumbrado caudales capaces de llegar a abastecer a cinco millones de personas. Numerosas zonas regables han mantenido su actividad apoyándose en la explotación de recursos subterráneos.
El nivel de extracciones ha sido superior a la recarga natural, por lo que deben ser recuperados los niveles piezométricos una vez se haya superado la sequía.
Los recursos no convencionales también han sido aplicados. La desalación ha sido introducida en Baleares y la Península, tratándose como una solución cara pero eficaz. La utilización de las aguas residuales ya ha sido mencionada, en concepto de satisfacción de demandas en forma sucesiva.
Ante la gravedad de la situación, se ha llegado a reducir provisionalmente el caudal circulante en Aranjuez fijado por la normativa legal del Acueducto Tajo/Segura –de 6 m3/s a 3 m3/s–, lo que ha limitado el descenso de las reservas en la cabecera del Tajo y contribuido al suministro a las poblaciones servidas por el Acueducto Tajo/Segura –Murcia, Cartagena, Lorca. Elche, Alicante, etc.–.
Los trasvases de agua han facilitado la gestión de la sequía, siempre en la medida de sus disponibilidades. Mediante leyes específicas, se han aprobado en el período de sequía nuevos trasvases:
— Guadiaro/Guadalete.
— Almanzora/Segura (provisional).
— Acueducto Tajo-Segura/La Mancha.
Finalmente, se han puesto en servicio sistemas o infraestructuras para transportar las reservas disponibles hasta los puntos en que eran más necesarias. Por vía marítima, se han transportado volúmenes significativos a Palma de Mallorca y Ceuta. Mediante infraestructuras convencionales, se han aportado recursos adicionales a numerosas áreas urbanas, entre ellas Madrid –desde el río Alberche–, Toledo, Ciudad Real, Málaga y Costa del Sol –desde el embalse de La Viñuela–, etc.
Fig. 4. Río Moros. |
En el verano del pasado 1995 se elaboró, con la intervención de la correspondiente Confederación, un plan extraordinario de actuación para combatir los efectos de la sequía en el caso de que ésta se prolongase en el año hidrológico 95/96, el cual fue aprobado por acuerdo del Consejo de Ministros el 4 de agosto de dicho año. Las intensas lluvias que se produjeron en el trimestre noviembre 95/enero 96 hicieron innecesaria la aplicación de muchas de las actuaciones contempladas en este plan.
En apenas tres meses, en Sevilla se produjo una precipitación –650 mm– superior a la suma de los tres años anteriores. Como consecuencia, se generaron fuertes escorrentías en las cuencas atlánticas que han permitido una recuperación inesperada en los embalses de dichas cuencas, que, en apenas un trimestre, han pasado de los citados 1.745 hm3 a 12.022 hm3 –56% de su capacidad– que almacenan en la actualidad. Desgraciadamente, la recuperación en las cuencas del Segura, Júcar y cabecera del Tajo sólo es parcial, pues en estas zonas las lluvias fueron menores.
La red de embalses, tanto los destinados a satisfacer usos consuntivos como los hidroeléctricos, ha incrementado el volumen de agua almacenado, al tiempo que se vertían al mar importantes masas de agua. A nivel nacional, los embalses consuntivos han pasado de 4.500 hm3 –13,5% de la capacidad– a 20.300 hm3 –60%–.
Análisis elemental del episodio. Conclusiones
La gestión de la sequía y del período de fuertes lluvias permite extraer un conjunto de conclusiones de interés. Entre ellas se pueden destacar las siguientes:
a. La incertidumbre de nuestro régimen de lluvias no debe ser olvidada incluso en condiciones de normalidad hídrica: la sequía no es un síntoma de cambio climático, sino un elemento intrínseco a nuestra climatología; por lo tanto, la sequía debe ser combatida antes de que se inicie y por todos los agentes implicados.
b. Los consumos, y en especial el regadío, pueden y deben reducirse en forma significativa, mediante mejoras en la gestión y la modernización de las infraestructuras.
c. Debe mantenerse, e incluso aumentarse, la concienciación de la sociedad en materia de uso del agua: hay que implantar una ética del uso eficiente de los recursos hídricos.
d. La sequía debe paliarse mediante una política de utilización de infraestructuras, tanto naturales –acuíferos– como artificiales –grandes embalses–, de regulación interanual: es fundamental guardar recursos de períodos húmedos para su uso en los períodos secos.
e. El abastecimiento a las áreas urbanas tiene carácter prioritario; la garantía de este suministro se incrementa si se cuenta con recursos de dos o más orígenes.
f. En una situación de extrema sequía, el agua empleada en el regadío en condiciones normales puede actuar como un elemento adicional de reserva para asegurar el suministro a los núcleos urbanos inmediatos.
g. El aprovechamiento sucesivo –en cascada– de los recursos hídricos incrementa el volumen de las demandas que pueden ser satisfechas.
h. Los recursos no convencionales –desalación y reutilización– prestan un apoyo inestimable durante las sequías extremas.
i. La interconexión entre distintos sistemas de explotación aumenta la garantía de suministro a los mismos y ensancha el campo de eventuales reasignaciones, voluntarias o impuestas, de reservas hídricas.
j. Los trasvases entre cuencas también contribuyen eficazmente a paliar la sequía; los recursos de la cabecera del Tajo han asegurado el suministro urbano y turístico del levante español.
En resumen, considerando nuestra singular climatología, la superación de los efectos de la sequía debe constituir un compromiso constante de nuestra política hidráulica –antes, durante y después de la sequía–. La gravedad de sus efectos nos debe impulsar a aplicar todo el espectro de medidas de gestión y ejecutar las infraestructuras necesarias para alcanzar un nivel proporcionado de garantía para las demandas de agua.