El
Primer Plan Hidrológico Nacional del siglo XXI
Una
temeridad
Ángel
ARIAS FERNÁNDEZ
Dr. Ingeniero de Minas
Director de Proyectos y Estudios
PROACTIVA MEDIO AMBIENTE, S.A.
Introducción
Antes
de entrar en honduras, debo justificar al lector que la temeridad
que sirve de encabezamiento a estas notas no es del Plan Hidrológico
Nacional, sino mía. Me atrevo a opinar sobre un asunto
espinoso y complejo, alimentado y seguramente intoxicado por
las argumentaciones de quienes, supongo que habiéndole
dedicado más tiempo y atención, tienen, además,
concretos intereses que defender. No pretendo introducir,
por ello, ningún elemento nuevo en la polémica,
sino que me limitaré a intentar sistematizar su tratamiento.
En
España siempre hemos tenido problemas y amplias discusiones
con el agua. La diversidad de climas y la orografía
han determinado cuencas hidrográficas muy dispares
y, para mayor complejidad, disponemos de una población
con asentamientos dispersos y desagregados, para los que la
disponibilidad del agua no ha sido siempre el factor determinante,
sino que se ha visto condicionado por las circunstancias históricas
y unos métodos de producción agrícola
poco evolucionados. El desarrollo industrial, a su vez, ha
forzado nuevos condicionamientos, en buena medida coyunturales,
cuando no totalmente artificiales, como lo prueba, por ejemplo,
la ubicación de las empresas siderúrgicas, carboneras,
textiles, papeleras, curtidoras, etc.
Como
resultado de esta heterogeneidad, la gestión del agua
es vivida entre nosotros como un problema de política
social, y la posesión del agua ha estado asociada a
la idea de riqueza, muy especialmente en la España
agrícola. Pero hoy no se puede ignorar que lo hidráulico
tiene importantes aspectos técnicos y goza de fuerte
dinamismo creativo, con escenarios que abarcan, desde las
técnicas de desalación de agua de mar hasta
la depuración y reutilización de las aguas residuales,
y en donde la investigación y el desarrollo juegan
un papel muy importante.
Desde
que se planteó el Primer Plan Hidrológico en
1933, se han venido sucediendo actuaciones públicas
con vocación globalizadora que incidían, levantando
las lógicas ampollas, sobre el tema sensible de la
propiedad y disfrute del agua. Una de las muestras de este
impulso de corregir la realidad con infraestructuras hidráulicas
ambiciosas es el trasvase Tajo-Segura, el único interregional
existente hasta el momento. Dimensionado para 1.000 Hm3/año,
la media trasvasada supera apenas los 300 Hm3/año,
pero ha servido para movilizar la transformación a
regadío de casi 90.000 Ha, un 80% superior a las previsiones
más optimistas de su , momento, aumentando, por tanto,
el déficit absoluto.
Las
premisas del Plan Hidrológico
A
partir de 1985, en que se aprobó la ley de Aguas, se
han elaborado dos propuestas de Plan Hidrológico Nacional
que, más que estructuradas desde dos posiciones ideológicas
contrapuestas, podrían ser mejor interpretados como
dos enfoques políticos de la resolución técnica
al mismo problema. Una polémica que no fue en absoluto
estéril. La presentación del anteproyecto de
Plan Hidrológico Nacional por el gobierno socialista
(1992), suscitó un amplio debate del que es deudora
en buena parte la Nueva Cultura del Agua que se aprecia en
casi todos los foros.
Pero
argumentaciones subjetivas aparte, los objetivos generales
de un Plan Hidrológico en España siguen siendo
dos: por una parte, mejorar las infraestructuras de las propias
cuencas hidrográficas, y, por otra, solucionar el déficit
estructural de los recursos de algunas cuencas. La solución
cuantitativa (si se prescinde o se minusvaloran las opciones
de desalación, reutilización y aprovechamiento
de aguas subterráneas) es, para esta segunda parte
del problema, realizar trasvases desde las excedentarías
a las deficitarias. Por lo demás, nadie pone en cuestión
hoy en día que las actuaciones habrán de realizarse
con el mayor respeto posible a las condiciones medioambientales.
Se olvida más frecuentemente que formamos parte de
una asociación supranacional, habrá que tener
en cuenta obligatoriamente las normas y directrices emanantes
de la Unión Europea.
Un
enunciado de este tipo permite entender de inmediato que hay
aspectos de cualquier planificación hidrológica
que no van a contentar a todos. Antes de entrar en los costes,
aquellas actuaciones que se refieran a la mejora de gestión
de los recursos, a su reutilización, a la investigación
y desarrollo, podrán merecer un consenso general. Pero
las que impliquen inversión en grandes infraestructuras
y en la medida en que incidan inevitablemente sobre el paisaje,
obtendrán la oposición frontal de los ecologistas
y naturalistas. En fin, cuando las decisiones afecten además
al trasvase entre cuencas, y a los bolsillos de destinatarios
y contribuyentes, quedará reabierto con seguridad el
problema de las múltiples Españas, se agudizarán
los debates autonómicos, y acabará siendo cuestionada
la oportunidad de una estrategia global sobre un bien de uso
general, y la necesidad de compensación entre unas
zonas y otras. Al fin y al cabo, se trata de un producto natural
que está fuera del mercado, y el agua podrá
tener un coste, pero su precio depende de variables que han
de ser reguladas por las Administraciones públicas.
Hablamos, en suma, de redistribución de la riqueza,
de propiedad de recursos básicos, y, siendo el agua
también imprescindible para la vida humana, de derechos
protegidos por la Constitución.
El
Plan de Cuencas, el Libro Blanco del Agua y el Plan Hidrológico
El
Libro Blanco del agua (difundido en diciembre de 1998) dividió
a las cuencas hidrográficas desde el punto de vista
del déficit, entre las que tienen déficit estructural
o coyuntural. En estas últimas era factible equilibrar
los balances hídricos con los propios aportes de las
cuencas, aplicando medidas autónomas de ahorro, reutilización,
y obras hidráulicas de represado, aducción y
distribución. Por el contrario, las que tenían
déficit estructural necesitaban aportes externos.
Ese
concepto de «déficit estructural» mereció
las críticas tanto de los sectores medioambientales,
que estimaron que las obras de regulación y trasvase
para corregirlos tenían efectos dramáticos sobre
el paisaje, pero también sirvió para hacer cálculos
diferentes sobre los saldos de cada cuenca y densificar el
debate sobre la racionalidad económica. En principio,
sólo la cuenca del Segura sería deficitaria,
según el Libro Blanco, aunque con posterioridad el
Plan Hidrológico Nacional prevé que el trasvase
del Ebro afecte también al Júcar y otras cuencas
internas de Cataluña.
Los
trasvases intercuencas del Plan Hidrológico son, por
una parte, los previstos para resolver el déficit estructural
del Levante y sureste, y se concretan en cuatro alternativas:
Ebro-Júcar-Segura, Alto Duero-Bolarque, Bajo Duero-Bolarque
y Tiétar-La Roda, y que suponen el trasvase anual de
1.000 Hm3. El Plan también analiza el trasvase dentro
de algunas cuencas catalanas, fundamentalmente para atender
al previsible aumento de la demanda urbana e industrial de
Barcelona y su área metropolitana. Las tres alternativas
contempladas son, en este caso: Bajo Ebro-Llobregat, Noguera
Pallaresa-Llobregat y Ródano-Barcelona. Las aguas trasvasadas
se destinarán en un 44% al abastecimiento urbano e
industrial y el 56% a regadíos.
De
esta forma, el PHN se sitúa en la posición de
que la solución general a los desfases entre necesidades
de consumo y saldo hídrico no se resolverá mediante
los trasvases, sino con la plena realización de las
inversiones previstas, por su parte, en el Plan Hidrológico
de Cuencas (PHC) de 1998, previo al PHN. La necesaria aprobación
de estos planes de cuenca (que fue el argumento político
para rechazar la aprobación del plan anterior) incide
sobre la dificultad de utilizar como premisa planes que debieran
ser, en realidad, resultado del desarrollo del propio Plan
Hidrológico, y desde luego, se enfrenta al precario
equilibrio de pretender una planificación hidrológica
cuando están cambiando las estructuras productivas
del país, con el, abandono acelerado del campo y la
conversión deseable de España en un país
de servicios. Pero, hoy por hoy, España es un país
agrícola y, por eso, el debate sobre el Plan Hidrológico
Nacional está sesgado por las diferencias de criterios
entre las zonas agrícolas receptoras y las que ceden
el recurso.
Demanda
del agua
Aunque
los datos del Plan Hidrológico no coinciden más
que en primera aproximación con los que manejan otras
entidades públicas y privadas (puesto que todos se
basan en estimaciones en gran medida), debemos aceptar como
referencia para el análisis que la demanda actual de
agua en España es de 37.092 Hm3, que se distribuyen
así: 11,6% para consumo humano, 5,2% para consumo industrial,
17,8%a para refrigeración industrial y demandas ambientales,
y para regadíos, el 65,4% (24.245 Hm3).
Las
previsiones para el horizonte de 2006 apuntan a un crecimiento
total de la demanda del 17%, (43.768 Hm3). El mayor incremento
corresponde al abastecimiento de las poblaciones (46%), mientras
que el riego crecería sólo un 6%.
En
esa línea de crecimiento diferenciado, en 2012 se prevé
que el agua para consumo humano será el 14,4% de la
demanda total, el consumo industrial abarcará el 5,5%,
y la destinada a refrigeración y medio ambiente habrá
disminuido al 16,8%, en tanto que el regadío consumirá
un 63,3%a (27.633 Hm3).
Los
24.000 Hm3 actuales que contempla el Plan Hidrológico
Nacional parecen, según los especialistas, excesivas
para 3,5 millones de hectáreas de cultivo por regadío.
El Plan trabaja en la hipótesis pesimista de un crecimiento
del regadío de sólo un 8%, y se decide, al parecer,
por el mantenimiento de los actuales porcentajes de reparto
de las técnicas de aspersión y riego localizado
(800.000 ha y 250.000 ha, respectivamente), técnicas
que permitirían ahorrar entre el 30% y 55% del consumo
y merecerían una aplícación más
general. El acondicionamiento de modernización ce las
estructuras agrarias podría, por su parte, favorecer
el incremento de la superficie agraria destinada a regadíos
en un 20% en el horizonte 2012.
Un
análisis de mejora de usos y consumos agrícolas
que no parece inocente dada la actual situación agraria.
Debe tenerse en cuenta que actualmente con un 20% de las aguas
de uso agrario se está abasteciendo un 30% de la superficie
regada y que en ella se generan el 50% de la producción
agrícola. Por otra parte, las cifras de regadío
que se manejan tienen márgenes de error muy significativos,
al parecer. Según datos de la Junta de Andalucía
hay más de 200.000 hectáreas ilegales de regadío
en el olivar. En las comarcas sobreexplotadas del Segura,
estudios de la Universidad de Murcia estiman en un 40% los
regadíos ilegales. En el Campo de Dalías (Almería),
a pesar de la prohibición de abrir nuevos pozos en
el momento en que se contabilizaban 9.000 ha de cultivo en
invernadero, la cifra se aumentó a 22.000 ha. La situación
no parece diferente en los acuíferos de La Mancha.
Cuando
se introduzcan en la gestión del agua para recursos
agrarios los criterios propios de la llamada gestión
privada del agua, es decir, se racionalicen más los
usos y se facilite el equilibrio entre agricultura y desarrollo
de las políticas territoriales, hay que esperar una
reducción de consumos y la mejora de rendimientos.
También es deseable el mejor conocimiento del estado
de las infraestructuras, de los costes de su explotación
y mantenimiento, la medida de los consumos, para la correcta
imputación y repercusión a los usuarios. Estas
actuaciones habrán de canalizarse, en sus aspectos
prácticos, nada sencillos, teniendo en cuenta, al menos,
estos factores
*
el agua es un elemento esencial de redistribución de
riqueza agrícola, y no debe considerarse de forma aislada,
sino en un contexto comparativo entre los sectores productivos,
la estabilidad y calidad de los empleos generados, su aportación
a la balanza de pagos, etc.,
*
la planificación de los regadíos está
afectada por la Política Agraria comunitaria, por la
apertura de nuevos mercados y la rentabilidad y viabilidad
económica de los diferentes cultivos, que no cabe confiar
a decisiones individuales, ni tampoco a grupos de presión
con imaginables intereses particulares.
Un
marco más amplio
La
Directiva Marco de Aguas consensuada el año 2000 entre
Consejo y Parlamento comunitarios, se centra más que
en la ampliación de las grandes infraestructuras, en
la mejora ce la gestión de la red y el incremento de
la eficiencia de los usos hídricos, así como
en la modificación de las tarifas, adaptando los precios
del agua para que trasladen a los usuarios el coste del producto,
desde el rho ambiental a los ecosistemas y el máximo
rigor al análisis económico, eses que deberán
garantizar un Desarrollo Sostenible.
Esta
filosofía se hace descansar en cuatro líneas
directorias que se pueden interpretar como un marco de actuación
en el que debe obligatoriamente encajarse el Plan Hidrológico.
Nueva
política tarifaria basada en el criterio de la Recuperación
Integra de los Costes, combinando la gestión de la
demanda con los incentivos a la eficiencia. En las zonas con
déficit de agua o sobreexplotación de acuíferos,
las estrategias alternativas deberán valorarse desde
una posición de «coste de oportunidad»
(o coste de escasez) del recurso.
*
Recuperación del Estado Ecológico de ríos,
lagunas y humedales. La protección de los humedales,
por ejemplo, deberá beneficiar en España, a
zonas como la Albufera de Valencia, las Tablas de Daimiel
y el Parque de Doñana.
*
Implementar como unidad de gestión la Cuenca Hidrográfica,
incorporando estuarios y plataformas litorales, y manteniendo
una visión trasnacional dentro de la Comunidad Europea.
*
La unificación normativa en materia de calidad (vertidos,
contaminación difusa, depuración, etc), con
especial atención al agua potable y a los vertidos
de sustancias peligrosas a los cauces públicos.
La
aplicación de esta Directiva, según el Ministerio
de Medio Ambiente, supondrá la dedicación de
seis billones de pesetas, cuya fórmula de financiación
está abierta, aunque deberá ser repercutida,
en principio, sobre los usuarios del agua. Es evidente que
estas inversiones se interrelacionan con las del pico PHN
y otros Planes de incidencia hidráulica, cuya integración
financiera no resulta sencilla parra el analista externo.
Cabría separar, desde luego, las inversiones de los
gastos de gestión y mantenimiento, de manera que se
tuviera en cuenta que no solamente se deben amortizar y financiar
las obras que eventualmente se realicen, sino que a esos costes
se deben añadir los de sostenimiento de la explotación
de las infraestructuras (depuradoras de aguas residuales,
canalizaciones, controles de calidad, gestión de cobro
de los canones y tasas, etc).
La
«Recuperación Integra de Costes», se convierte
en un instrumento especialmente sensible para el caso del
regadío, dado que los precios repercutidos son prácticamente
simbólicos en la actualidad. Todos los especialistas
coinciden en afirmar que en este sector el ahorro y la mejora
de gestión son un punto sensible. El sistema de riego
por inundación, utilizado ampliamente en España,
ha estado favorecido por el bajo precio del agua para usos
agrícolas (aproximadamente, la décima parte
que para el uso doméstico). Las inversiones que el
Plan prevé para las actuaciones con repercusión
agraria, estimadas en tres billones de pesetas, deberán
realizarse dentro de las cuencas y se destinarán a
mejorar el aprovechamiento del agua y fomentar el ahorro,
reutilización y regeneración del recurso, por
lo que habrían de ser costeadas, en principio, por
los agricultores y las Comunidades de regantes.
Pero
también debe tenerse en cuenta que los usos agrícolas
estarán afectadas por la política agraria común
(PAC), a su vez, relacionados con la globalización
de mercados y con la liberalización del comercio agrícola
(resultado de los acuerdos de Marrakech de 1994, entre otros).
También estarán influidos por la prevista ampliación
de la Unión Europea, que supondrá la variación
de las ayudas agrícolas, cuestiones todas ellas que
inciden directamente en los escenarios del Plan Hidrológico,
y cuya evaluación actualmente resulta, cuanto menos,
extremadamente compleja. Tampoco debe omitirse que la aprobación
del Plan Nacional de Regadíos podría suponer
un ahorro del agua superior al planteado en el PHN, arrastrando
una menor necesidad de infraestructuras. De forma similar,
en los abastecimientos urbanos, las medidas de reutilización
y ahorro afectarán igualmente a las nuevas infraestructuras
previstas, aunque su incidencia sobre la financiación
global del Plan habrá de ser menor, puesto que se trata
de unidades de gestión independientes, al menos en
la actualidad.
Papel
del sector privado
Para
las obras intracuencas, el PHN prevé que la financiación
y explotación se encargará a sociedades públicas
en las que el sector privado podrá participar con hasta
el 49% del capital social. Estas sociedades deberán
repercutir a los usuarios del agua él verdadero coste,
para no incurrir en déficits presupuestarios.
Para
los trasvases entre cuentas, el PHN propone que los sistemas
se centralicen en un ente público, de nueva creación.
También propugna una financiación mixta, con
predominio de las aportaciones privadas, en principio, lo
que hace suponer que se adoptarán sistemas tipo BOT
(construcción, financiación y explotación),
en los que la empresa constructora aportará una parte
del capital y recibirá, durante el tiempo de amortización,
una cantidad por metro cúbico.
El
Plan dedica la mitad de las inversiones a saneamiento, depuración
y recuperación de cauces, entornos urbanos y riberas.
Dentro de los objetivos del Plan podría, por tanto,
disgregarse el empleo de recursos en varios subcapítulos,
según los intereses afectados positiva o negativamente,
de cuyo análisis simplemente presento un esquema de
posible actuación.
Esta
división parece factible desde el momento en que algunas
actuaciones benefician a toda la colectividad, como es el
caso de las que se refieren a la protección general
del medio ambiente, a la reducción ce pérdidas
en las redes de agua urbana, al mejor aprovechamiento en los
usos industriases y agrícolas, a la depuración
de las aguas, al control de calidad de los ríos, etc.
Parece claro que estas medidas gozan de general consenso y
la repercusión de su coste debería ser distribuida
entre todos o, en su caso, beneficiar a los directamente afectados.
Este sería también la situación en cuanto
al empleo de recursos para la investigación y desarrollo
de alternativas relacionadas con el agua (reutilización,
mejora de usos, etc).
Otros
objetivos afectan al incremento de la utilidad de ciertos
colectivos, afectando al entorno natural, que se debe entender
como bien de todos. Este es el caso, según se ha denunciado,
de 71 de las 200 obras propuestas en el Plan (52 embalses
y 19 encauzamientos ribereños) que afectarían
a 82 lugares de interés comunitario, propuestos para
su inclusión en la red Natura 2000. Estas medidas de
alto impacto medioambiental deberían evitarse o posponerse
en el
tiempo hasta conocer el resultado de las actuaciones menos
traumáticas y, de no ser posible, dando por supuesto
que disfrutarán del necesario consenso, tendrán
que gravar a los beneficiados y los ingresos obtenidos servir
para compensar a los afectados negativamente.
En
fin, existirían otras medidas que afecten al equilibrio,
ínterterritorial, y cuya consideración debería
provocar un acuerdo interpartes específico. El trasvase
Ebro-Segura, por ejemplo paradigmático, afecta más
a intereses regionales que nacionales, y la negociación
parece debería dirigirse a la negociación entre
afectados más que a provocar un debate político
general. Tratándose, en definitiva, de una medida irreversible
y con repercusiones a largo plazo, no parece razonable introducirla
en el debate junto a las mejoras de eficiencia, la reutilización
de las aguas residuales, las mejoras de gestión o la
disminución de fugas en las redes de distribución,
que son medidas a corto, aconsejables o inevitables y, en
cierta medida, autofinanciables y reversibles, cuya aplicación
no se puede demorar.
Puntos
de consenso
Parece,
en fin, que junto a algunas medidas muy controvertidas en
el Plan, y que ciertamente, suponen el núcleo de fas
actuaciones financieras y del impacto medioambiental y sociológico,
existe un general consenso en la mayor parte de los elementos
filosóficos del Plan, y en otras medidas relacionadas,
que pueden significar los verdaderos puntos de apoyo para
la política hidráulica básica común:
Existe
un gasto excesivo del agua y es necesario mejorar la eficiencia
en su uso. Se hace necesario mejorar la gestión y penalizar
el despilfarro, incluyendo medidas que permitan la reutilización
del recurso. Se debe revisar la disparidad del precio del
agua en España, tratando de homogeneizar sus raíces
y tratamiento.
Es
imprescindible completar el mapa de las estaciones de depuración
y analizar la repercusión de los costes de operación
sobre la factura del agua, repercutiendo adecuadamente los
costes entre los sujetos contaminantes. El Plan Nacional de
Depuración, contempla inversiones cercanas a 1,7 billones
de pesetas. Por su parte, el Programa de Regulación
de Vertidos Industriales supondrá la inversión
de 1 billón de pesetas y el aumento del número
de sanciones administrativas, en la pretensión de fomentar
la eliminación de los vertidos contaminantes en origen.
La implementación de estas medidas parece especialmente
urgente.
Es
necesario mejorar las infraestructuras de regadío,
revisando las políticas de distribución de agua,
los costes y la rentabilidad de los empleos, fomentando la
reutilización de las aguas residuales y la destilación
allí donde sea posible, como infraestructuras de menos
impacto medioambiental. Si las inversiones son costeadas directamente
por los beneficiarios, tampoco hay razón para que se
demoren; si se pretende implantar precios subvencionados,
el debate no ha hecho más que empezar.
Se
deben garantizar caudales adecuados en cauces superficiales
y acuíferos, evitando los riesgos por avenida y apoyando
la gestión del Dominio Público Hidráulico
con la máxima utilidad de Sistema Automático
de Información Hidrológica (SAIH) y las infraestructuras
adecuadas, atendiendo también a la restauración
de márgenes y riberas.
Deberá
incorporarse el análisis completo de las posibilidades
de la destilación al Plan Hidrológico Nacional,
combinando las mismas, en su caso, con las técnicas
de cogeneración, estudiando su aplicación a
los abastecimientos urbanos y a los regadíos de mayor
valor añadido.
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