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José Sáenz de Oíza *
*Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
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Descriptores: Ríos, Canales, Embalses, Uso social, Ocio, Medio ambiente
Una demanda singular
Las actividades de tiempo libre en
espacios naturales relacionados con el mundo del agua y en los aledaños
de las grandes obras hidráulicas que facilitan su aprovechamiento, experimentan
un auge creciente y constituyen una verdadera demanda de la sociedad actual.
Buena prueba de ello son las más de ochocientas mil licencias de pesca anuales, los casi dos millones de visitantes a los Parques Nacionales de la Península y los más de doce millones que lo hacen anualmente a sus embalses.
A diferencia de otros usos, entre ellos los agrícolas, estas actividades constituyen una verdadera demanda, puesto que existe una disposición al pago por las infraestructuras y servicios que su disfrute requiere, en especial cuando son los ayuntamientos quienes se ocupan de su gestión directa, aunque la explotación se saque a concurso de la iniciativa privada.
Una buena aproximación al tema puede encontrarse en la monografía «Embalses y medio ambiente», en la que se relacionan los 113 embalses incluidos en el "Programa de Fomento Social y Adecuación Ambiental de Embalses" y se detallan las realizaciones en nueve de ellos (dos hidroeléctricos: Portodemouros y Ullivarri, y siete del Estado o las Comunidades Autónomas: Búbal, Cervera, Gabriel y Galán, Riosequillo, San Juan, Valmayor y Zahara el Gastor).
Descripciones meritorias del entorno natural y cultural de algunas obras en particular se pueden ver asimismo en la bibliografía citada, de la serie "Guías para conocer y recorrer". En la bibliografía se cita también un libro sobre senderos fluviales.
El desarrollo de estas actividades, que son de la más variada índole, turísticas, deportivas, culturales o sencillamente recreativas –con un neto predominio, en los embalses, de la navegación a vela o motor, el "windsurf" y los baños–, viene condicionado por múltiples circunstancias: la existencia de núcleos de población importantes a menos de una hora de viaje en coche; la disponibilidad de una información previa, sugerente y accesible al gran público; buena señalización de los accesos; unos servicios mínimos de aparcamiento, acogida y estancia; un paisaje y un medio ambiente de suficiente valor intrínseco y, de forma excluyente, una calidad adecuada del agua.
Fig. 1. La pesca es una de las actividades de tiempo libre en embalses.
El hecho de que no existan núcleos importantes a limitada distancia del embalse o canal, no es un inconveniente grave, ya que la pretensión debe ser ponerlos al servicio de la sociedad, sin buscar una masificación tal que exceda a una razonable capacidad de acogida. Sí puede ser un inconveniente para las inversiones de la iniciativa privada.
La información previa es fundamental. Se debe extender a los elementos constituyentes del embalse –presa, vaso y cuenca afluente– y al río que el embalse regula, sin olvidar la enumeración y descripción de los diversos accesos al embalse y la del patrimonio natural y cultural de su entorno, haciendo especial hincapié en los caminos públicos de alguna relevancia que habrán desarticulado las obras, que son de gran interés para la práctica del senderismo. Mutatis mutandis, lo mismo podría decirse en el caso de los canales.
Fig. 2. En los embalses predominan actividades como la navegación, el "windsurf" y los baños.
Con independencia de otros libros o publicaciones más o menos oficiales y especializadas, toda esta información debe recogerse de forma sucinta en folletos ilustrados y ponerse a disposición de los ayuntamientos que puedan estar implicados.
Al visitante asiduo y al turista ocasional que acude a solazarse al embalse de Linares del Arroyo, le puede interesar seguramente saber que en los cortados del pintoresco cañón del río Riaza anida una de las mayores concentraciones de buitre leonado de la Península; que fue una de las primeras siete ZEPA de Castilla y León; que en el recorrido del cañón podrá ver las ruinas románicas del monasterio del Casuar; que podrá practicar el turismo rural en el inmediato pueblo de Montejo de la Vega de la Serrezuela; que en la cola del embalse puede contemplar la ermita de La Veracruz, cuyas pinturas románicas se trasladaron al museo arqueológico de Madrid, un puente medieval y el conjunto histórico de la villa de Maderuelo, una de las Comunidades de Villa y Tierra de Segovia, con afamada artesanía de piel y cuero.
Análogamente, al visitante del embalse de Navalcán le pueden interesar los caminos públicos inundados por el embalse, que le pueden servir para recorrer los encinares de llanura circundantes y conocer su rica avifauna. Desde luego, el más interesante es la Real Cañada Leonesa Occidental, inundada por el embalse, que se encarama a Gredos por el puerto del Pico, de conocida calzada romana, y desciende por el Campo Arañuelo hasta las cercanías de Monfragüe, donde cruza el Tajo y sigue hasta Trujillo, donde se une a la Cañada de la Plata, muriendo en las proximidades de Segura de León (Badajoz).
Pero, seguramente, también le puede interesar recorrer el camino de Oropesa a Arenas de San Pedro, que cruzaba el Guadyerbas por el puente Miejar (aguas abajo de la presa actual, de los restos del molino de Guadyerbas y de un repartidor de acequia de origen árabe), el Tiétar en la barca de Montoya, junto al molino del mismo nombre, y el arroyo Valtravieso por la Vadera de la Mimbre, junto a la ermita de Los Llanos. Por supuesto, en este hipotético folleto, no podrían dejar de mencionarse el palacio del Rosarito, los monjes Bernardos, el Santuario de Chilla y el poblado prerromano de El Raso.
Todo embalse o canal susceptible de usos recreativos debería disponer de adecuada señalización en sus carreteras de acceso y en los aparcamientos, donde deben existir paneles informativos con las zonas y servicios utilizables en el embalse o con los caminos que pueden recorrerse a partir del camino de servicio del canal.
En general, los embalses del Estado se hallan ubicados en la cabecera de los ríos, lo que asegura una excelente riqueza paisajística, y su alejamiento habitual de las zonas densamente habitadas suele dar como resultado una adecuada calidad ambiental. Por otra parte, los caminos de servicio de los canales, tan aptos para el cicloturismo y que deberían estar bien arbolados, facilitan vistas inéditas de los valles, a los que presta singular encanto la variedad de los cultivos de regadío.
En cambio, la mala calidad del agua puede ser excluyente de todo tipo de uso recreativo y uno de los mejores ejemplos se puede encontrar en el Canal de Castilla. Esta gran obra de la Ilustración, que es un verdadero parque lineal de doscientos kilómetros, en el que se han recuperado la práctica totalidad de sus caminos de sirga; que ha sido reforestado en amplias zonas (en concreto, en los 40 kilómetros que separan a Palencia de Valladolid); en donde se han rehabilitado varios edificios y estructuras dándoles nuevos usos, tanto por parte de la iniciativa pública como de la privada, y que dispone de un Plan Especial de Protección, en su condición de Conjunto Histórico, no alcanzará su recuperación integral y su aprovechamiento cultural y recreativo mientras no se eliminen los vertidos existentes y mejore la calidad de sus aguas, que, por cierto, abastecen a Palencia y a la mitad de la ciudad de Valladolid.
Como consecuencia de todo lo expuesto, se ve claramente que estos aprovechamientos recreativos del mundo del agua pueden y deben considerarse como un usuario más de los recursos hidráulicos, con la ventaja de ser menos consuntivos que los restantes usos. Como tales usuarios, deben tener los mismos derechos y obligaciones que los demás: no entorpecer la gestión de los sistemas de explotación de recursos, no degradar el medio ambiente ni el recurso y poder participar, con voz y representación, en las correspondientes Juntas de Explotación.
Los ingenieros suelen ser renuentes para permitir el acceso a los pies de presa y la circulación por los caminos de servicio de los canales. En el primer caso, por supuestas razones de seguridad, y en el segundo, por las responsabilidades que pudieran contraer en caso de accidentes. Cada caso es un caso de especie, que debe estudiarse individualmente, pero puede asegurarse en general que los cierres antivandálicos ofrecen suficiente seguridad frente a maniobras de los mecanismos de la presa por desaprensivos y que la señalización de prohibido el paso, aunque luego se tolere, exime de responsabilidad penal. Porque es una lástima vetar el acceso al colchón y al tramo subsiguiente del río, donde mejor suele mantenerse la vegetación de ribera, e impedir de forma drástica la circulación, a pie o en bicicleta, por los caminos de servicio de algunos de nuestros grandes canales. Podrían habilitarse, al menos, algunos días en concreto (sábados y domingos, que no se riega).
En cualquier caso, los objetivos perseguidos, que son la compatibilidad con la explotación y la no degradación del medio ambiente ni del recurso, se pueden lograr fácilmente con la redacción de un Proyecto de Adecuación Ambiental y de un Plan Indicativo de Usos del Embalse.
El Proyecto de Adecuación Ambiental podría ser el equivalente a las medidas correctoras que se deberían proponer en las EIA, no a las que a veces se proponen. (La utilización de la sigla responde a una personal repugnancia del autor a admitir una traducción del inglés tan peregrina, como lo es el Canal de la Mancha del francés. Los impactos los producen los proyectiles; los proyectos tienen efectos o consecuencias).
Quizás con otro nombre, se puede decir que en todos los embalses se han llevado a cabo obras de adecuación ambiental y existe una buena disposición por parte de los ingenieros a acometerlas. Menos frecuente es el caso de los canales, de los que tengo noticia de tres obras: el canal de las Dehesas, el canal Alto de los Payuelos y, en cierto modo, el canal de Castilla.
Los Planes Indicativos de Uso de los embalses, en los que la Confederación Hidrográfica del Duero ha sido pionera, han adquirido carta de naturaleza en todas las Confederaciones, a partir de la implantación del "Programa de Fomento Social y Adecuación Ambiental de Embalses".
Deben ser planes indicativos, puesto que la competencia en materia de medio ambiente radica en las Comunidades Autónomas y deben ser los ayuntamientos quienes los subsuman en su ordenación urbanística, lo que exige una participación muy activa de los municipios en su elaboración. El papel de las Confederaciones es, por tanto, impulsar la iniciativa, sufragar los costes del estudio, establecer las limitaciones que exige la explotación y explicitar las obras concretas que podría realizar a su cargo.
En resumen, los PIDU pretenden la definición de los usos que son compatibles con los deseos de la gente, con la vocación del embalse y con las necesidades de su explotación; la determinación y valoración de las infraestructuras y servicios necesarios para esos fines; la distribución tentativa de sus costes entre las diversas administraciones implicadas y la iniciativa privada y, por último, la atribución de la gestión de estos servicios, encomendada preferentemente a los municipios.
Hay que reconocer que estos PIDU no han tenido toda la virtualidad esperada, probablemente por la limitada participación en su elaboración de las Comunidades Autónomas y los ayuntamientos, a los que no se ha sabido implicar en la asunción de estas obras hidráulicas, como parte constituyente y muy importante de su realidad territorial y social.
Todos los usos del agua son consuntivos, en mayor o menor grado, puesto que siempre se devuelve al ciclo hidrológico menos agua de la que se detrae y se modifican, en general, sus características físicas, químicas y biológicas. Por otra parte, el aprovechamiento del agua es, más tarde o más temprano, el aprovechamiento de los ríos, por lo que una gestión eficaz del agua con destino a cualquier tipo de usos, incluso los recreativos, se resume en una gestión eficaz de los ríos, lo que exige un perfecto conocimiento de los mismos.
En efecto, el 95% de la escorrentía total del mundo, estimada en unos 40.000 km3/a, desemboca superficialmente en el mar a través de los ríos. El mundo del agua es, por tanto, el mundo de los ríos y de los lagos que los alimenten. Esta consideración no debe hacernos olvidar que algo así como el 25% de esa escorrentía, durante un tiempo más o menos largo, circula por las venas de la tierra, que son los acuíferos, antes de aflorar a los ríos. Pero tampoco podemos olvidar que el aprovechamiento directo de las aguas subterráneas no se produce por alumbramiento, sino por aborto, como decía el inolvidable José Luis Fernández Casado.
Se estima que todos los ríos del mundo tienen un volumen medio de 2.000 km3, una superficie inundada de 125.000 km2 y un tiempo de renovación de unos 15 días. Los lagos tienen un volumen de 90.000 km3, una superficie de 1.500.000 km2 y un tiempo de renovación muy variable, de decenas hasta centenares de años.
En la Península estas cifras son mucho más modestas y se pueden estimar en 110 km3 la escorrentía, 3 km3 el volumen de los ríos y unos 1.200 km2 la superficie inundada por ellos. Por otra parte, estos ríos incluyen unos 1.300 km2 de riberas, de las que, según el Libro Blanco, el 20% son bosques de ribera; el 30% cañaverales, zonas pantanosas y comunidades turbófilas; y el 50% saucedas. Los lagos, lagunas y zonas húmedas ocupan actualmente 1.140 km2, aunque, parece ser, ocupaban anteriormente hasta 4.000 km2.
Todos los ríos del mundo experimentan variaciones estacionales de su caudal, lo que condiciona su escorrentía estable, que es del orden del 30% al 40%. Asimismo, el módulo de todos los ríos sufre variaciones interanuales importantes, como resultado de secuencias de años secos y húmedos. Ha sido, por tanto, necesario regular los ríos y dotarlos de un caudal estable adecuado, lo que ha exigido una capacidad de embalse de 5.000 km3 y una superficie inundada de 400.000 km2. Con esta nueva red hidrográfica se derivan cada año 5.190 km3 y se consumen 2.900 km3 (el 56% de la derivación).
En la Península la escorrentía estable es del 5% al 10% y el módulo interanual oscila de la mitad al doble. Nuestra capacidad de embalse es de 58 km3 y la superficie inundada 2.800 km2. La derivación es de 34,6 km3 y el consumo (calculado) 20,4 km3 (el 59%).
Fig. 3. Embalse del Guadalmellato (Córdoba).
La comparación de la población mundial (6.000 millones) con la peninsular (37 millones) nos hace ver que todas las cifras per cápita son superiores en la Península.
No es esta, sin embargo, la única diferencia. En Estados Unidos el volumen útil de un embalse es 2/3 de su volumen máximo. El Libro Blanco (página 506) considera el 95%, lo que disminuye drásticamente la capacidad de laminación de avenidas y exagera la magnitud de los recursos esperables.
Pero lo más grave es que, en el mundo, los embalses se hacen para regular los ríos y nosotros los hacemos para satisfacer demandas. Planificamos –si es que lo hacemos– en función de una prognosis sobre el aumento de la demanda, en vez de haber estudiado desde el principio nuestros ríos, haber seleccionado los que se podrían regular y los que nunca se deberían regular, haber proyectado las obras necesarias, haber establecido las limitaciones precisas en el uso del territorio y haberlas construido, en fin, a medida de las demandas reales.
Fig. 4. Ecosistema ribereño.
Quien quiera convencerse de esto no tiene más que repasar la historia de la construcción de nuestros embalses y los objetivos que se perseguían con cada uno de ellos. Un sólo ejemplo, de los que podrían proponerse decenas, bastará para demostrarlo:
En 1917 se concluyó la presa de Guadalcacín, de 77 hm3 de capacidad, sobre el río Majaceite o Guadalcacín (el río de los sederos, según Elías Terés), que es el principal afluente del Guadalete. El embalse no se construyó para regular ni el Majaceite ni el Guadalete, sino para intentar poner en riego 10.000 hectáreas en Jerez de la Frontera.
Con escaso fruto, porque, como señala J. Maurice (citado en la «Historia y evolución de la colonización agraria en España»), "el verdadero escándalo consistía ahora en el comportamiento de los terratenientes, que seguían sin utilizar las grandes obras de riego realizadas por el Estado a costa del contribuyente. Obras como las del pantano del Guadalcacín en Cádiz (con 10.000 ha de zona regable) o la del Guadalmellato en Córdoba (con 9.500 ha), que habían sido acabadas en los primeros años del siglo, tardaron muchos años en ser aprovechadas por la mayor parte de los propietarios."
Basta poner en contraste esta larga cita con la situación actual del Guadalete-Majaceite (1,472 hm3 de capacidad en cinco embalses, más el trasvase Guadiaro-Majaceite) para convencerse del tipo de "planificación" que se ha utilizado.
Otro ejemplo claro de nuestro sistema de "planificación" es la cuenca del Segura, sabidamente deficitaria, al menos desde los tiempos de Lorenzo Pardo, cuya superficie en riego ha crecido de 70.800 hectáreas en 1950 a las 282.711 que contabiliza el Libro Blanco del Agua.
Como decía el malogrado Juan Benet en "El petrolero de Taiwan", artículo publicado en "El País" el 13/12/83: "La sequía agudiza y encona el problema de cómo dotar de agua a una población, pero no lo crea; quien lo crea es la propia población (…) la sequía, por último, no es más que el agravamiento súbito de una enfermedad crónica y sólo buscando el remedio de ésta se podrán evitar los graves quebrantos que provoca en circunstancias adversas".
El mundo del agua es el mundo de los ríos, que hoy nos encontramos transformados por los embalses, quizá no los más convenientes para la regulación ni los menos perjudiciales para el medio ambiente.
Esta situación es irreversible y no tendría ningún sentido "llorar sobre la leche derramada". Lo que procede es conocer mejor nuestros ríos (basta ver lo poco que dice de ellos el Libro Blanco); estudiar las obras que convendría hacer para mejorarlos sin más (no para satisfacer una demanda concreta); considerar a los ríos como usuarios privilegiados de los sistemas de explotación de recursos, garantizando sus caudales en toda época (en Estados Unidos se considera inadecuado un caudal inferior al 30% del módulo); revisar todas las concesiones existentes, sobre todo ahora que se va a consentir su transmisión onerosa; corregir el Mapa Oficial de Carreteras, vertiendo en él todo el mundo del agua: los ríos, los canales, los embalses, los lagos, lagunas y zonas húmedas y las sierras importantes, divisorias de nuestros ríos, dotándolo de índices de localización, lo que contribuiría a que la gente empezara a conocer el mundo del agua y a disfrutar de su aprovechamiento cultural y recreativo.
El Estado tiene en la Península 212 embalses de capacidad superior a 10 hm3, que afectan a 161 ríos, muchos de ellos de entre los 246 ríos que, según el Libro Blanco, superan los 50 hm3/a de aportación (debe de haber más, puesto que Norte, Duero y Tajo casi alcanzan esta cifra). Es, por tanto, evidente que todos los estudios necesarios para conocer estos ríos, que no son tantos, deberían ser objeto de las condiciones de contrato de los documentos XYZT de cada embalse, revisables periódicamente. Asimismo en las normas de explotación de cada embalse (debería proscribirse lo de explotación de presas) habría que agregar, a la seguridad estructural y la seguridad de funcionamiento, la seguridad en la prestación del servicio para el que se hizo, el primero de los cuales es el propio río, el mantenimiento de un caudal adecuado (en función de su escorrentía estable) y la conservación de sus biocenosis fluviátil y amnícola.
Dar a conocer los ríos (¿por qué no un folleto de cada uno de los principales?) sería sin duda la mejor aplicación de la gestión del agua al ocio. n
Bibliografía
Una demanda singular
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Condiciones previas
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