En los últimos años, y especialmente desde la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, las presiones ambientales derivadas del crecimiento de la población, la urbanización y la industrialización, se han convertido en un importante tema de preocupación internacional. Uno de los recursos naturales más afectados es el agua dulce. Las demandas impuestas a las reservas de agua en el mundo representan una amenaza tanto para la cantidad como para la calidad de un recurso básico, esencial para toda clase de actividades sociales, económicas y para la vida y la salud humanas. El agua también ha sido uno de los grandes protagonistas de la última Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo (2002). Desde esta Cumbre se hace una llamada a introducir cambios fundamentales en la forma en que hoy se producen y se consumen los recursos hídricos, apostando a fondo por la eficiencia y la sostenibilidad de la gestión de este recurso en el conjunto del planeta. Por todo ello, se tiende hacia una nueva cultura del agua que propone un modelo que pasa por centrarse en la gestión, pero no es esta su meta básica. Su característica esencial es otorgar al agua una definición distinta, pasando de considerarla un factor productivo más a concebirla como un patrimonio con valor en sí mismo, y funciones tanto sociales como ambientales. Supone un nuevo enfoque cuyo eje es el ciclo natural (climático, geológico y bioquímico) del agua, y considera su preservación en óptimo estado como el mejor legado y garantía de futuro para la sociedad, en el que tienen singular cabida la belleza, los patrones socioculturales y el bienestar natural. En esta misma línea, el Parlamento Europeo adoptó un instrumento por el que se establece un marco comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas: la Directiva Marco del Agua 2000/60/CE. Su objetivo principal es la protección de las aguas y de los ecosistemas relacionados, promover un uso sostenible del agua basado en la protección a largo plazo de los recursos disponibles, y contribuir a paliar los efectos de las inundaciones y las sequías. La falta de agua en nuestra sociedad alteraría el funcionamiento del ecosistema del que formamos parte y pondría en peligro nuestra salud, la actividad económica y muchas de las actividades de la vida cotidiana. En algunas regiones del planeta el agua se ha convertido en un recurso estratégico tan valioso como el petróleo.