El agua es un bien común

Jue, 26/08/2004

Diario de Navarra

DADO el valor natural del agua y su capacidad simbólica, no es sorprendente que haya recibido innumerables cuidados y alabanzas. Es temible y fascinante. Dan miedo las olas gigantescas del mar, las barrancadas y riadas desatadas, el granizo que aniquila los cultivos en sazón y el hundimiento de pateras, repletas de emigrantes africanos a la desesperada, jugándose la vida, en búsqueda de un trabajo y una vida digna en EuropaAl mismo tiempo, da gusto zambullirse en el agua a las orillas del mar, sentirla caer refrescante en forma de lluvia fecunda, verla inmensa en el horizonte recortado por la silueta de un barco, contemplarla en el discurrir manso o enfurecido de los ríos, admirarla como nieve en las cumbres de las montañas y oír su rumor en fuentes, cascadas y cataratas. Valoramos el agua sobre todo en verano.
No hay vida sin agua
«El agua es un bien precioso indispensable para todas las actividades humanas», dice la Carta Europea del Agua, del 6 de mayo de 1968 en Estrasburgo. Las dos terceras partes del cuerpo humano y de la superficie de nuestro planeta son agua. Es la única sustancia del universo que se presenta sólida, líquida y gaseosa, se nombra en singular y en plural, en masculino y femenino, resiste los cambios de temperatura, obra como acumulador del calor solar, se adapta al metabolismo de los seres vivientes, puede disolver una gran variedad de sustancias, es capaz de ser transportada con facilidad y a su través pasa la luz, dando vida a los peces.
El consumo de agua se ha disparado en estos últimos cincuenta años con el crecimiento de la población, aumento de los regadíos, exigencias de la higiene, riego de parques y jardines, crecimiento de los campos de golf y uso masivo en las grandes industrias. Su distribución no es uniforme: hay regiones áridas donde no llueve nunca y zonas tropicales donde llueve todos los días. Sería maravilloso que lloviese siempre a gusto de todos.
Precisamente por el valor extraordinario del agua y por su escasez -a causa de las sequías y de su distribución injusta-, es fuente de disputas entre partidarios de su trasvase y defensores de la desalación, propietarios de embalses y de tierras resecas, industriales del ocio y agricultores. Muchas aldeas han esperado ansiosamente durante años la traída del agua corriente y hay todavía pueblos, muertos de sed, que no tienen ni gota de agua. Según datos de la ONU, cerca de 1.200 millones de personas carecen de agua potable para beber, y unos 2.500 millones -cerca de la mitad de la población mundial-, no tienen servicios de saneamiento básicos. La pobreza va unida a la falta de agua, y la distribución del agua da lugar a no pocos conflictos. A la vista están.
El agua es de todos
Hasta el siglo XX no se habían desatado serios problemas respecto del abastecimiento de agua. Hoy la gastamos cien veces más en el baño, la cocina y la limpieza de las calles que en la destinada a ser bebida. Los ciudadanos del primer mundo consumimos por habitante y día 300 litros, mientras que en los países subdesarrollados son sólo 25. Obramos como si el agua fuese un bien ilimitado y la manejamos los habitantes del Primer Mundo a nuestro antojo.
Un segundo problema candente del agua es su contaminación. Hay países pobres, donde el agua destinada al consumo humano no tiene suficiente higiene y calidad. Al arrojar al agua de los ríos y mares los desechos de las industrias del mundo desarrollado, aumentan las infecciones y enfermedades, especialmente en el Tercer Mundo y en las bolsas de pobreza de los países desarrollados. Los desatinos contra la ecología son a veces abusos respecto del agua.
Es de justicia su abastecimiento, potabilización y distribución. La Ley de Aguas de 1985 la considera «recurso natural, escaso, indispensable para la vida y ejercicio de las actividades económicas, irreemplazable y fácilmente vulnerable». Los problemas del agua provienen de su escasez -dado que sólo el 2,5 % del agua del universo es agua dulce-, y de su mala gestión.
Ahora bien, el agua no tiene fronteras; es un bien común de la humanidad. Es injusto que alguien se apropie de ella. Al ser su recurso limitado, se requiere la cooperación de todos para explotar con sensatez los acuíferos, los ríos y la riqueza hidráulica. En su Campaña de la Fraternidad 2004, los obispos brasileños consideran que el agua es un don de Dios. «Cuidar para que todas las personas tengan derecho al agua de calidad -afirman- es un desafío que la Campaña propone a los cristianos y a toda la sociedad. Es una exigencia de solidaridad y una propuesta elemental para la construcción de la fraternidad en la convivencia social».
El agua está presente en los relatos sagrados, desde las aguas primordiales hasta los diluvios purificadores, las abluciones y los bautismos. Numerosos son los ritos en torno a fuentes, arroyos, lagos y ríos, donde se han erigido ermitas y monasterios. El agua está ahí «viva», se mueve, inspira, cura, transmite perennidad. Por eso, el contacto de las personas con el agua es siempre vivificante. El rito iniciático del agua -volver a nacer- regenera y garantiza una vida nueva y plena. El agua apaga la sed, engendra vida, borra los pecados y aniquila el fuego. Por ser fuerza violenta que destruye o arrasa, es signo de muerte. Por ser germen de fecundación, es fuente de vida. «Loado seas, mi Señor -proclamó san Francisco de Asís-, por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta y humilde».