Alarma por la vuelta de la sequía
Jue, 27/01/2005
A lo largo de los últimos 50 años, las precipitaciones invernales han descendido un 34,3 por ciento en nuestro país. La disminución de las lluvias podría ser el primer indicio del cambio climático en España
Enero de 1999 «resultó un mes seco y muy frío, con temporal de nieve intercalado entre largos períodos de intensas heladas ». Lo decía el ministerio de Medio Ambiente en el «Calendario Meteorológico 2000 », documento que todos los años hace balance de lo acontecido en esta España nuestra de las olas de calor, la pertinaz sequía, los trasvases y el agua, esa que es de todos y seguramente también de nadie. Han pasado seis años desde entonces y enero ha vuelto a ser un mes seco y muy frío, muy frío sobre todo a partir de estas fechas, cuando España se prepara para hacer frente a temperaturas de hasta quince grados bajo cero. El jefe de Predicción del Instituto Nacional de Meteorología (INM) lo apuntaba, claro, el pasado lunes: «la ola de frío será gradual: durante cuatro o cinco días afectará a todas las regiones ». ¿El motivo del descenso? Pues, según el INM, una masa de aire de origen siberiano que ya ha entrado por el norte peninsular. El caso es que, en invierno, las lluvias no han sido nunca especialmente abundantes en la Península. Sin embargo, igualmente cierto es que, según datos del propio INM, las precipitaciones invernales medias registradas en España en los últimos cincuenta años han descendido un 34,3 por ciento, lo que, a juicio de Francisco Ayala, científico español, miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, podría ser indicio de que el cambio climático ya está aquí. Ya hay ayudas previstas para los afectados por la sequía.
En Portugal, las escasísimas precipitaciones registradas a lo largo de los últimos meses han obligado al Gobierno a tomar cartas en el asunto. Porque el inmenso Alentejo y el interior de la Beira Baja (en el centro del país) están secándose. Y no estamos hablando de unas cuantas hectáreas. Estamos refiriéndonos a una vasta extensión de territorio - un tercio de Portugal- en la que habitan quinientas mil personas. No es ése, sin embargo, el único problema que afecta al campo portugués. El mosquito culicoides, insecto que suele pasar a mejor vida cuando arrecia el invierno, este año está haciendo de las suyas en las cabañas ganaderas lusas (transmite el virus de la lengua azul). Tal es la situación que, a principios de semana, el ministro de Agricultura luso, Manuel Castro e Brito, anunciaba ayudas por valor de 25 millones de euros para echar una mano a los ganaderos a la par que presentaba la creación de una línea de crédito y financiación para pequeñas infraestructuras que palíen la sequía, como «charcas y pozos ». En fin, que ni siquiera el inmenso (y polémico) embalse de Alqueva, el más grande de toda Europa, parece capaz de resolver el problema.
La prevención
Entre tanto, en España, la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ya ha anunciado la puesta en marcha de una serie de medidas con las que pretende anticiparse a un escenario futuro de posible escasez, a la vez que ha matizado que «hablar de sequía ahora es demasiado precipitado ». En el mismo sentido se ha expresado el director general del Agua, Jaime Palop, que anunciaba, la semana pasada, la inminente creación de un «sistema de indicadores hidrológicos que permita prever y minimizar el impacto de las situaciones de escasez ». Y es que los antecedentes son más que preocupantes: el último episodio de sequía, a mediados de los noventa, se tradujo en restricciones para más de cuatro millones de españoles. No obstante, el Ministerio se muestra ahora optimista. Según Palop, aunque no lloviese durante un año, el agua almacenada hoy en los embalses garantizaría el suministro. Sea como fuere, lo cierto es que las precipitaciones acumuladas en la mayor parte del territorio español durante el primer tercio de año hidrológico (del uno de septiembre al diez de enero) se han situado por debajo de la media registrada en los últimos treinta años (son datos del Instituto Nacional de Meteorología, INM) y eso, en España, atiza la alarma.
La situación hidrológica, no obstante, es tan diversa como esta España nuestra. Así, esta misma semana, mientras el fuego devoraba la Sierra de Espadán, en Castellón, las nevadas se sucedían en los puertos de la mitad de la Península. Y es que no hay dos Españas bajo el cielo: la húmeda y la seca. El propio INM distingue hasta cinco zonas climáticas en el Atlas Nacional de España: cinco zonas climáticas y doce tipos de clima fundamentales. Quizá por eso, tampoco contemplaban los Principios Generales de la Ley de Aguas de 1985 la transferencia de aguas «excedentarias » (aguas que sobran) de la presunta España húmeda a la supuesta España seca, porque ése es el fondo de la cuestión, el famoso desequilibrio hídrico, ése que se acentúa con la escasez de precipitaciones.
Frente a ese discurso, por cierto, WWF/Adena considera que el concepto de aguas excedentarias es un concepto exclusivamente antropocéntrico. O sea, que no hay desequilibrio hídrico per se: son los usos del territorio los que causan los desequilibrios, los que secan o conservan húmeda esta España nuestra. En esa línea coincidía Manuel Díaz Marta.
El que fuera uno de los «padres » de la Ingeniería Hidráulica en España llegó a calificar en vida de «ilusorio » ese hipotético equilibrio. Sea como fuere, y más allá de la «pertinaz sequía » y los sucesivos planes político-hidrológicos, el INM y expertos de la talla de Francisco Ayala-Carcedo, asesor científico del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC), llevan años constatando el calentamiento del clima en España. Según Ayala, que ha analizado los datos recabados por 38 observatorios meteorológicos españoles a lo largo de treinta años, las temperaturas se han elevado en España una media de 1,53 º C. No es ése el único dato, no obstante. Porque Ayala ha estudiado el número de días de nieve anuales en los 38 observatorios ( «a la baja sin excepción »), el número de días con temperatura media mayor de 25 ºC ( «al alza sin excepción ») y las temperaturas máximas y mínimas anuales, también al alza y también sin excepción. En fin, que sí, que enero siempre ha sido seco y frío pero que - y ahí están los datos- nuestros inviernos son cada vez más secos y menos fríos.
Según el impresionante informe «Afrontar el desafío del clima », recién publicado y que ha dirigido el jefe del IPCC, Rakendra Pachauri, con las tendencias actuales, en sólo diez años pueden producirse efectos catastróficos como la caída de la agricultura en todo el mundo, la muerte de los bosques o... la expansión de las enfermedades. ¿Recuerdan el mosquito culicoide?
Enero de 1999 «resultó un mes seco y muy frío, con temporal de nieve intercalado entre largos períodos de intensas heladas ». Lo decía el ministerio de Medio Ambiente en el «Calendario Meteorológico 2000 », documento que todos los años hace balance de lo acontecido en esta España nuestra de las olas de calor, la pertinaz sequía, los trasvases y el agua, esa que es de todos y seguramente también de nadie. Han pasado seis años desde entonces y enero ha vuelto a ser un mes seco y muy frío, muy frío sobre todo a partir de estas fechas, cuando España se prepara para hacer frente a temperaturas de hasta quince grados bajo cero. El jefe de Predicción del Instituto Nacional de Meteorología (INM) lo apuntaba, claro, el pasado lunes: «la ola de frío será gradual: durante cuatro o cinco días afectará a todas las regiones ». ¿El motivo del descenso? Pues, según el INM, una masa de aire de origen siberiano que ya ha entrado por el norte peninsular. El caso es que, en invierno, las lluvias no han sido nunca especialmente abundantes en la Península. Sin embargo, igualmente cierto es que, según datos del propio INM, las precipitaciones invernales medias registradas en España en los últimos cincuenta años han descendido un 34,3 por ciento, lo que, a juicio de Francisco Ayala, científico español, miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, podría ser indicio de que el cambio climático ya está aquí. Ya hay ayudas previstas para los afectados por la sequía.
En Portugal, las escasísimas precipitaciones registradas a lo largo de los últimos meses han obligado al Gobierno a tomar cartas en el asunto. Porque el inmenso Alentejo y el interior de la Beira Baja (en el centro del país) están secándose. Y no estamos hablando de unas cuantas hectáreas. Estamos refiriéndonos a una vasta extensión de territorio - un tercio de Portugal- en la que habitan quinientas mil personas. No es ése, sin embargo, el único problema que afecta al campo portugués. El mosquito culicoides, insecto que suele pasar a mejor vida cuando arrecia el invierno, este año está haciendo de las suyas en las cabañas ganaderas lusas (transmite el virus de la lengua azul). Tal es la situación que, a principios de semana, el ministro de Agricultura luso, Manuel Castro e Brito, anunciaba ayudas por valor de 25 millones de euros para echar una mano a los ganaderos a la par que presentaba la creación de una línea de crédito y financiación para pequeñas infraestructuras que palíen la sequía, como «charcas y pozos ». En fin, que ni siquiera el inmenso (y polémico) embalse de Alqueva, el más grande de toda Europa, parece capaz de resolver el problema.
La prevención
Entre tanto, en España, la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ya ha anunciado la puesta en marcha de una serie de medidas con las que pretende anticiparse a un escenario futuro de posible escasez, a la vez que ha matizado que «hablar de sequía ahora es demasiado precipitado ». En el mismo sentido se ha expresado el director general del Agua, Jaime Palop, que anunciaba, la semana pasada, la inminente creación de un «sistema de indicadores hidrológicos que permita prever y minimizar el impacto de las situaciones de escasez ». Y es que los antecedentes son más que preocupantes: el último episodio de sequía, a mediados de los noventa, se tradujo en restricciones para más de cuatro millones de españoles. No obstante, el Ministerio se muestra ahora optimista. Según Palop, aunque no lloviese durante un año, el agua almacenada hoy en los embalses garantizaría el suministro. Sea como fuere, lo cierto es que las precipitaciones acumuladas en la mayor parte del territorio español durante el primer tercio de año hidrológico (del uno de septiembre al diez de enero) se han situado por debajo de la media registrada en los últimos treinta años (son datos del Instituto Nacional de Meteorología, INM) y eso, en España, atiza la alarma.
La situación hidrológica, no obstante, es tan diversa como esta España nuestra. Así, esta misma semana, mientras el fuego devoraba la Sierra de Espadán, en Castellón, las nevadas se sucedían en los puertos de la mitad de la Península. Y es que no hay dos Españas bajo el cielo: la húmeda y la seca. El propio INM distingue hasta cinco zonas climáticas en el Atlas Nacional de España: cinco zonas climáticas y doce tipos de clima fundamentales. Quizá por eso, tampoco contemplaban los Principios Generales de la Ley de Aguas de 1985 la transferencia de aguas «excedentarias » (aguas que sobran) de la presunta España húmeda a la supuesta España seca, porque ése es el fondo de la cuestión, el famoso desequilibrio hídrico, ése que se acentúa con la escasez de precipitaciones.
Frente a ese discurso, por cierto, WWF/Adena considera que el concepto de aguas excedentarias es un concepto exclusivamente antropocéntrico. O sea, que no hay desequilibrio hídrico per se: son los usos del territorio los que causan los desequilibrios, los que secan o conservan húmeda esta España nuestra. En esa línea coincidía Manuel Díaz Marta.
El que fuera uno de los «padres » de la Ingeniería Hidráulica en España llegó a calificar en vida de «ilusorio » ese hipotético equilibrio. Sea como fuere, y más allá de la «pertinaz sequía » y los sucesivos planes político-hidrológicos, el INM y expertos de la talla de Francisco Ayala-Carcedo, asesor científico del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC), llevan años constatando el calentamiento del clima en España. Según Ayala, que ha analizado los datos recabados por 38 observatorios meteorológicos españoles a lo largo de treinta años, las temperaturas se han elevado en España una media de 1,53 º C. No es ése el único dato, no obstante. Porque Ayala ha estudiado el número de días de nieve anuales en los 38 observatorios ( «a la baja sin excepción »), el número de días con temperatura media mayor de 25 ºC ( «al alza sin excepción ») y las temperaturas máximas y mínimas anuales, también al alza y también sin excepción. En fin, que sí, que enero siempre ha sido seco y frío pero que - y ahí están los datos- nuestros inviernos son cada vez más secos y menos fríos.
Según el impresionante informe «Afrontar el desafío del clima », recién publicado y que ha dirigido el jefe del IPCC, Rakendra Pachauri, con las tendencias actuales, en sólo diez años pueden producirse efectos catastróficos como la caída de la agricultura en todo el mundo, la muerte de los bosques o... la expansión de las enfermedades. ¿Recuerdan el mosquito culicoide?