El agua: un derecho y una responsabilidad
Mar, 22/03/2005
Se ha convertido en una costumbre. Cada año, el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, los que tienen algo que decir en relación con el agua lanzan discursos retóricos, en ocasiones, demagógicos, acerca de la trascendencia de un recurso natural con valor económico, social y ambiental. Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda este día para superar los tópicos y apostar por una nueva política del agua basada en una mejora de la gestión integral y un uso racional de los recursos.
No se trata solamente de un problema de leyes sino de mentalidad. No se trata de un problema de unos cuantos, sino de todos. No se trata del problema de una región sino de todas. Gastamos más agua de la necesaria, lo que se traduce en un doble coste, el de su obtención y su tratamiento, en cumplimiento de la Directiva Marco de Agua, que exige un mayor control y seguimiento de la calidad de las aguas. En definitiva, cuanto más abrimos el grifo o tiramos de la cisterna, más recursos demandamos al medio y más dinero se invierte en depuración de vertidos para evitar la degradación de nuestros ríos.
Los avances conseguidos hasta ahora han sido muy importantes pero no suficientes. En los países desarrollados, el agua ha dejado de ser vehículo de transmisión de enfermedades, aumentado la esperanza de vida de los ciudadanos. La realidad de países subdesarrollados, especialmente en el continente africano, es bien distinta. Más de 1.000 millones de personas utilizan agua obtenida de fuentes insalubres, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF. Enfermedades infecciosas graves como la hepatitis A, el cólera y las fiebres tifoideas se cobran cada año demasiadas víctimas por la falta de acceso al agua potable y la inexistencia de saneamiento.
Estos datos ponen de manifiesto la importancia del desarrollo de programas de agua porque es uno de los instrumentos más útiles contra el hambre y permite mejorar la salud de las poblaciones más pobres. En los países industrializados, cubiertas las necesidades básicas, el incremento de la disponibilidad y calidad del agua debe contribuir a un modelo de desarrollo económico más sostenible y responsable, que luche contra las políticas que tienden a agotar los recursos naturales.
Este mensaje cobra especial importancia en la cuenca del Tajo, que soporta un elevado peso de población y satisface las necesidades de casi siete millones de ciudadanos en su propio territorio y otros dos fuera de la cuenca. El abastecimiento urbano se convierte así en una prioridad absoluta, aunque sin olvidar los usos de regadío e industrias, básicos para el desarrollo económico de las regiones. Ello obliga a poner un especial énfasis en las políticas de gestión de la demanda que debe hacerse desde criterios de equidad y sostenibilidad.
Pero además de los componentes social y económico del agua, no se puede pasar por alto su valor ambiental. La protección de los ecosistemas asociados a los ríos y la regeneración ambiental del dominio público hidráulico son una prioridad de la Administración central. Los ríos son fuente de vida que, en muchas ocasiones, están sometidos a una presión que no se corresponde con sus posibilidades naturales y, con ello, se está poniendo en peligro, además de los hombres que dependen de ellos, a animales y plantas.
El consumo responsable es signo de respeto y protección de la naturaleza. En España gozamos de una riqueza paisajística y cultural inigualable. En el caso de la cuenca del Tajo, recuerdo el Parque de Monfragüe en Cáceres, los jardines de Aranjuez en Madrid, el Alto Tajo en Guadalajara o ese abrazo del río a Toledo materializado en el «torno», muchos de ellos bañados «por el siempre rico y dorado Tajo», en palabras de Cervantes en El Quijote.
No quiero terminar sin apelar a la participación de todos en la buena gestión del agua, especialmente este año en el que parece que la lluvia nos ha dado la espalda y nos ha llevado a pasar el invierno más seco de las últimas tres décadas. Los esfuerzos que desde el Gobierno se hagan serán en vano si no tomamos conciencia de que el agua es una responsabilidad de todos
No se trata solamente de un problema de leyes sino de mentalidad. No se trata de un problema de unos cuantos, sino de todos. No se trata del problema de una región sino de todas. Gastamos más agua de la necesaria, lo que se traduce en un doble coste, el de su obtención y su tratamiento, en cumplimiento de la Directiva Marco de Agua, que exige un mayor control y seguimiento de la calidad de las aguas. En definitiva, cuanto más abrimos el grifo o tiramos de la cisterna, más recursos demandamos al medio y más dinero se invierte en depuración de vertidos para evitar la degradación de nuestros ríos.
Los avances conseguidos hasta ahora han sido muy importantes pero no suficientes. En los países desarrollados, el agua ha dejado de ser vehículo de transmisión de enfermedades, aumentado la esperanza de vida de los ciudadanos. La realidad de países subdesarrollados, especialmente en el continente africano, es bien distinta. Más de 1.000 millones de personas utilizan agua obtenida de fuentes insalubres, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF. Enfermedades infecciosas graves como la hepatitis A, el cólera y las fiebres tifoideas se cobran cada año demasiadas víctimas por la falta de acceso al agua potable y la inexistencia de saneamiento.
Estos datos ponen de manifiesto la importancia del desarrollo de programas de agua porque es uno de los instrumentos más útiles contra el hambre y permite mejorar la salud de las poblaciones más pobres. En los países industrializados, cubiertas las necesidades básicas, el incremento de la disponibilidad y calidad del agua debe contribuir a un modelo de desarrollo económico más sostenible y responsable, que luche contra las políticas que tienden a agotar los recursos naturales.
Este mensaje cobra especial importancia en la cuenca del Tajo, que soporta un elevado peso de población y satisface las necesidades de casi siete millones de ciudadanos en su propio territorio y otros dos fuera de la cuenca. El abastecimiento urbano se convierte así en una prioridad absoluta, aunque sin olvidar los usos de regadío e industrias, básicos para el desarrollo económico de las regiones. Ello obliga a poner un especial énfasis en las políticas de gestión de la demanda que debe hacerse desde criterios de equidad y sostenibilidad.
Pero además de los componentes social y económico del agua, no se puede pasar por alto su valor ambiental. La protección de los ecosistemas asociados a los ríos y la regeneración ambiental del dominio público hidráulico son una prioridad de la Administración central. Los ríos son fuente de vida que, en muchas ocasiones, están sometidos a una presión que no se corresponde con sus posibilidades naturales y, con ello, se está poniendo en peligro, además de los hombres que dependen de ellos, a animales y plantas.
El consumo responsable es signo de respeto y protección de la naturaleza. En España gozamos de una riqueza paisajística y cultural inigualable. En el caso de la cuenca del Tajo, recuerdo el Parque de Monfragüe en Cáceres, los jardines de Aranjuez en Madrid, el Alto Tajo en Guadalajara o ese abrazo del río a Toledo materializado en el «torno», muchos de ellos bañados «por el siempre rico y dorado Tajo», en palabras de Cervantes en El Quijote.
No quiero terminar sin apelar a la participación de todos en la buena gestión del agua, especialmente este año en el que parece que la lluvia nos ha dado la espalda y nos ha llevado a pasar el invierno más seco de las últimas tres décadas. Los esfuerzos que desde el Gobierno se hagan serán en vano si no tomamos conciencia de que el agua es una responsabilidad de todos