La ecuación del agua
Vie, 06/05/2005
Como ustedes saben, existe a nivel mundial un denominado Proyecto de Política sobre el Agua. Y como ustedes deben saber, no tiene, por desgracia, carácter ejecutivo. Es de notar que nadie desea meter mano con fuerza de obligar en el tema de los recursos, más aún si son de carácter cíclico, como el agua. La limitación de su disponibilidad es bien conocida. Por eso, el que exista un proyecto -ahora con minúscula- no nos produce demasiada alegría, aunque quizá un gramo de confianza, ya que la mente humana siempre está abierta a cierto tipo de optimismo. La señora Sandra Postel, que es la directora del citado Proyecto de Política Mundial ha dicho lo siguiente: «El reto que tenemos ahora es poner tanto ingenio humano en aprender a vivir en equilibrio con el agua como hemos puesto en controlarla y manipularla». Es decir, que hay que ponerse a pensar. Ya que conocemos el agua que hay, vamos a actuar con sentido, no sea que no hayamos conseguido nada. O, en el peor de los casos, lo estropeemos más de lo que está.Lo estamos haciendo así? Después del embrollo organizado con la derogación del trasvase del Ebro (nótese que el resto del Plan Hidrológico sigue en vigor hasta la última letra), uno no sabe a qué carta quedarse. Yo recibo la suficiente información de varias fuentes -casi todas ellas fidedignas- que no me ayudan a tener claro lo que pasa. Es cierto que la política se ha puesto el bañador y se ha metido en los ríos, pero a mí me interesa más la ciencia, por supuesto, pues estimo que es lo único que va a intentar resolver el problema. Por un lado, he de seguir las informaciones de los medios de comunicación que concretamente para la ciudad de Alicante preconizan quince mil viviendas que el Ayuntamiento está dispuesto a conceder su construcción a Ortiz. Tres o cuatro mil viviendas más en Aspe (lo firmó la ministra). Y el pelotazo de Monforte que quiere pasar a tener setenta mil habitantes. Por otro lado, se sabe igualmente por los mismos medios que parece que hay una disposición obligatoria que obliga a los mismos medios que parece que hay una disposición obligatoria que obliga a los promotores de cualquier obra que exhiban un certificado expedido por la correspondiente Confederación Hidrográfica (Segura o Júcar, en estos últimos casos) en el que se asegura que se cuenta con el suficiente caudal de agua para ejecutar el proyecto. No se me ocurre pensar que Ortiz y los demás promotores han pasado por alto este requisito, pero, como si yo fuera un presunto comprador y para evitar la componenda futura del «tente mientras cobro», me gustaría verlo impreso y publicado.
Las informaciones que poseo me tranquilizan un poco. Estas promociones no distan mucho de la costa marina. Y ahí es donde el actual gobierno piensa instalar las desaladoras. Pero como no tengo noticias de que dichas instalaciones vayan a depender de las confederaciones hidrográficas, es natural que los lectores comprendan que no lo vea del todo claro. Es sabido que las futuras desaladoras -en cuanto empiecen a ser idóneas, menos agresivas y más baratas, cosa que si la técnica quiere lo va a conseguir-, tienen la suficiente capacidad para colmar las apetencias de los promotores, pero sería más bonito que a la ecuación del agua no le faltara este término tan escurridizo y tan antipático que por eso los matemáticos le llaman incógnita.
Sandra Postel dice que hemos puesto mucho ingenio en controlar y manipular el agua y eso debe ser verdad, al menos en algunos casos, porque, por ejemplo, el Ebro, en sus 800 kilómetros de longitud, con una central nuclear en cada punta y con un depósito de 3.000 toneladas de veneno en el fondo del embalse de Flix, sólo tiene una depuradora, la de Zaragoza. Y debe haber mucho ingenio en los políticos catalanes, que después de asegurar que sólo quieren salvar el Delta, anuncian más construcciones y campos de golf entre los arrozales. Aquí la ecuación no es de una o dos incógnitas. Aquí se convierte en un problema político de escaso numen matemático. Y no es eso lo que deseamos los que esperamos soluciones verdaderas y positivas para el agua.
Las informaciones que poseo me tranquilizan un poco. Estas promociones no distan mucho de la costa marina. Y ahí es donde el actual gobierno piensa instalar las desaladoras. Pero como no tengo noticias de que dichas instalaciones vayan a depender de las confederaciones hidrográficas, es natural que los lectores comprendan que no lo vea del todo claro. Es sabido que las futuras desaladoras -en cuanto empiecen a ser idóneas, menos agresivas y más baratas, cosa que si la técnica quiere lo va a conseguir-, tienen la suficiente capacidad para colmar las apetencias de los promotores, pero sería más bonito que a la ecuación del agua no le faltara este término tan escurridizo y tan antipático que por eso los matemáticos le llaman incógnita.
Sandra Postel dice que hemos puesto mucho ingenio en controlar y manipular el agua y eso debe ser verdad, al menos en algunos casos, porque, por ejemplo, el Ebro, en sus 800 kilómetros de longitud, con una central nuclear en cada punta y con un depósito de 3.000 toneladas de veneno en el fondo del embalse de Flix, sólo tiene una depuradora, la de Zaragoza. Y debe haber mucho ingenio en los políticos catalanes, que después de asegurar que sólo quieren salvar el Delta, anuncian más construcciones y campos de golf entre los arrozales. Aquí la ecuación no es de una o dos incógnitas. Aquí se convierte en un problema político de escaso numen matemático. Y no es eso lo que deseamos los que esperamos soluciones verdaderas y positivas para el agua.