El agua administrada gota a gota
Vie, 05/08/2005
El paisaje amable de los campos de golf de la costa malagueña da paso a la dureza de los invernaderos que cubren el horizonte lunar de Almería. Con una breve transición proporcionada por las plantaciones tropicales de Granada. El problema de Almería este año de extrema sequía no es la escasez de agua. Los agricultores de la provincia andaluza más oriental saben administrar la escasez y apenas les afectan los ciclos sin lluvia. Han hecho el milagro de levantar un emporio en el desierto, donde casi no llueve sobre una tierra cicatera, y convertir lo que fue miseria y emigración en un foco de riqueza.
Al contrario de lo que ocurre en la Costa del Sol, donde la ostentación confiere a la economía una engañosa apariencia de solidez, en Almería todo parece frágil: los invernaderos de estructuras desmontables, los plásticos, la ausencia de árboles, la edificación típica de los desiertos. Todo lo que crea riqueza, el agua, las plantas, los trabajadores, permanece oculto a los ojos del visitante. Lo contrario que Málaga. Sin embargo, los dos fenómenos tienen en común la dependencia de algo tan voluble como son los mercados internacionales: una depende de la cotización de los productos agrícolas y la otra, del turismo. Más que de las nubes, Almería está preocupada por los bajos precios de sus productos debido a la saturación de los mercados europeos.
La provincia de Almería es capaz de regar 60.000 hectáreas de cultivos, la mitad en invernaderos y la otra de cítricos, frutales y olivos. El 90% del agua disponible se destina a la agricultura. El maná del que brota toda esa riqueza procede de Sierra Nevada. El fenómeno de los invernaderos ha superado la frontera de Almería y llega hasta el cabo Sacratif, cerca de la granadina Motril.
La comarca del levante tiene más problemas de agua y ese ha sido el gran freno para la extensión de los invernaderos. Ahí, en la medida de sus escasas posibilidades, aportan agua los pantanos de Beninar y Cuevas de Almanzora. Otro recurso son las desaladoras. La capacidad de todas las existentes en la provincia, muchas de ellas pequeñas plantas construidas por las propias empresas agrícolas, es de unos 73 hm3, con rápida tendencia al alza. Hay proyectadas otras cinco grandes estaciones, algo que inquieta a las organizaciones ecologistas por el impacto ambiental que tendrán en un ecosistema marino ya dañado.
El déficit estimado, según la Junta de Andalucía, es de 160 hm3 anuales. Por eso los agricultores saben lo importante que es para su futuro no desperdiciar ni una gota. Son pioneros en tecnología del regadío, reciclado de las escorrentías, cultivos hidropónicos... En los invernaderos cada planta recibe el agua que necesita y ni una gota más. Sólo así es posible estirar los escasos recursos hasta poner en cultivo cerca de 30.000 hectáreas de invernaderos, lo que supone un consumo de 180 hm3 al año. José Fernández, propietario de un invernadero de Balerma, presume de llevar 44 años en el oficio y jamás ha sufrido restricciones de suministro.
Los agricultores de Almería ahorran agua no porque les salga excesivamente cara, sino porque saben que es escasa. Por ejemplo, los socios de la comunidad de regantes Sol Poniente pagan 0,10 céntimos por m3 , que a José Fernández le parece barato. De hecho, el agua supone menos del 10% del coste de la agricultura. Lo más gravoso en la producción son los fitosanitarios y la semilla. Un motivo de orgullo de estos agricultores es que toda la infraestructura del regadío la pagaron, en 1989, de su propio bolsillo, lo que les supuso una inversión de 250.000 pesetas por hectárea.
Sin embargo, no todo es perfecto porque, además de la intrusión marina, los acuíferos reciben cantidades ingentes de contaminantes químicos, usados a toneladas en los invernaderos. Los plaguicidas prohibidos se usan cada vez menos, pero no han sido suprimidos del todo, según José Antonio Peña, director del colegio de Balerma. Peña asegura que el problema principal de esta zona no es la escasez y la contaminación del agua. Los invernaderos no paran de crecer e incluso suben ya por la ladera de la sierra de Gádor. Muchos son ilegales y con frecuencia se construyen en ramblas y cauces de ríos. Edificios de alhóndigas como Vega Cañada o el centro del transporte de El Ejido están sobre lechos de ríos secos. En estos casos habría que decir que en Almería no llueve, y menos mal, porque el día que caiga una tormenta fuerte, el Mediterráneo parecerá una verdulería.
Para colmo, ahora se ha desatado también la fiebre de las urbanizaciones y los campos de golf, de los que hay proyectos para crear medio centenar. Existe en Almería una auténtica explosión urbanizadora que amenaza con multiplicar la población y, por tanto, la demanda de agua. En muchos puntos se levantan muros paralelos a la costa para proteger las urbanizaciones que, cuando llueve, inundan los invernaderos. Los proyectos urbanísticos brotan como setas.
Francisco Toledano afirma que el déficit hídrico no es ni una plaga bíblica ni una consecuencia inevitable de la naturaleza, sino el simple resultado del incremento descontrolado de la demanda y el estancamiento de la oferta. En otras palabras, fruto de la mala gestión. La conclusión es: si el agua disponible a duras penas ha hecho posible las cosechas de los invernaderos, el crecimiento desmedido de la población puede ser la puntilla. Además, la sensibilidad de ahorro de agua que tienen los agricultores no se prevé en los veraneantes, cuya media de consumo diario supera con creces la de los residentes. Pero se ha extendido la idea de que una hectárea dedicada al golf da mucho más dinero que un invernadero. Aunque al final, como empieza a pasar con las hortalizas, también se acabe saturando el mercado. Negros nubarrones se ciernen sobre Almería, y no son precisamente de lluvia.
Ahora, en Almería, se ha desatado también la fiebre de las urbanizaciones y los campos de golf
Al contrario de lo que ocurre en la Costa del Sol, donde la ostentación confiere a la economía una engañosa apariencia de solidez, en Almería todo parece frágil: los invernaderos de estructuras desmontables, los plásticos, la ausencia de árboles, la edificación típica de los desiertos. Todo lo que crea riqueza, el agua, las plantas, los trabajadores, permanece oculto a los ojos del visitante. Lo contrario que Málaga. Sin embargo, los dos fenómenos tienen en común la dependencia de algo tan voluble como son los mercados internacionales: una depende de la cotización de los productos agrícolas y la otra, del turismo. Más que de las nubes, Almería está preocupada por los bajos precios de sus productos debido a la saturación de los mercados europeos.
La provincia de Almería es capaz de regar 60.000 hectáreas de cultivos, la mitad en invernaderos y la otra de cítricos, frutales y olivos. El 90% del agua disponible se destina a la agricultura. El maná del que brota toda esa riqueza procede de Sierra Nevada. El fenómeno de los invernaderos ha superado la frontera de Almería y llega hasta el cabo Sacratif, cerca de la granadina Motril.
La comarca del levante tiene más problemas de agua y ese ha sido el gran freno para la extensión de los invernaderos. Ahí, en la medida de sus escasas posibilidades, aportan agua los pantanos de Beninar y Cuevas de Almanzora. Otro recurso son las desaladoras. La capacidad de todas las existentes en la provincia, muchas de ellas pequeñas plantas construidas por las propias empresas agrícolas, es de unos 73 hm3, con rápida tendencia al alza. Hay proyectadas otras cinco grandes estaciones, algo que inquieta a las organizaciones ecologistas por el impacto ambiental que tendrán en un ecosistema marino ya dañado.
El déficit estimado, según la Junta de Andalucía, es de 160 hm3 anuales. Por eso los agricultores saben lo importante que es para su futuro no desperdiciar ni una gota. Son pioneros en tecnología del regadío, reciclado de las escorrentías, cultivos hidropónicos... En los invernaderos cada planta recibe el agua que necesita y ni una gota más. Sólo así es posible estirar los escasos recursos hasta poner en cultivo cerca de 30.000 hectáreas de invernaderos, lo que supone un consumo de 180 hm3 al año. José Fernández, propietario de un invernadero de Balerma, presume de llevar 44 años en el oficio y jamás ha sufrido restricciones de suministro.
Los agricultores de Almería ahorran agua no porque les salga excesivamente cara, sino porque saben que es escasa. Por ejemplo, los socios de la comunidad de regantes Sol Poniente pagan 0,10 céntimos por m3 , que a José Fernández le parece barato. De hecho, el agua supone menos del 10% del coste de la agricultura. Lo más gravoso en la producción son los fitosanitarios y la semilla. Un motivo de orgullo de estos agricultores es que toda la infraestructura del regadío la pagaron, en 1989, de su propio bolsillo, lo que les supuso una inversión de 250.000 pesetas por hectárea.
Sin embargo, no todo es perfecto porque, además de la intrusión marina, los acuíferos reciben cantidades ingentes de contaminantes químicos, usados a toneladas en los invernaderos. Los plaguicidas prohibidos se usan cada vez menos, pero no han sido suprimidos del todo, según José Antonio Peña, director del colegio de Balerma. Peña asegura que el problema principal de esta zona no es la escasez y la contaminación del agua. Los invernaderos no paran de crecer e incluso suben ya por la ladera de la sierra de Gádor. Muchos son ilegales y con frecuencia se construyen en ramblas y cauces de ríos. Edificios de alhóndigas como Vega Cañada o el centro del transporte de El Ejido están sobre lechos de ríos secos. En estos casos habría que decir que en Almería no llueve, y menos mal, porque el día que caiga una tormenta fuerte, el Mediterráneo parecerá una verdulería.
Para colmo, ahora se ha desatado también la fiebre de las urbanizaciones y los campos de golf, de los que hay proyectos para crear medio centenar. Existe en Almería una auténtica explosión urbanizadora que amenaza con multiplicar la población y, por tanto, la demanda de agua. En muchos puntos se levantan muros paralelos a la costa para proteger las urbanizaciones que, cuando llueve, inundan los invernaderos. Los proyectos urbanísticos brotan como setas.
Francisco Toledano afirma que el déficit hídrico no es ni una plaga bíblica ni una consecuencia inevitable de la naturaleza, sino el simple resultado del incremento descontrolado de la demanda y el estancamiento de la oferta. En otras palabras, fruto de la mala gestión. La conclusión es: si el agua disponible a duras penas ha hecho posible las cosechas de los invernaderos, el crecimiento desmedido de la población puede ser la puntilla. Además, la sensibilidad de ahorro de agua que tienen los agricultores no se prevé en los veraneantes, cuya media de consumo diario supera con creces la de los residentes. Pero se ha extendido la idea de que una hectárea dedicada al golf da mucho más dinero que un invernadero. Aunque al final, como empieza a pasar con las hortalizas, también se acabe saturando el mercado. Negros nubarrones se ciernen sobre Almería, y no son precisamente de lluvia.
Ahora, en Almería, se ha desatado también la fiebre de las urbanizaciones y los campos de golf