El rastro del Duero
Mié, 03/05/2006
La Opinión. El Correo de Zamora
Para seguir el rastro del Duero no hace falta mirar sólo a su cauce. La influencia del río está presente en Zamora desde tiempos inmemoriales y los vestigios son hoy en día una realidad en el paisaje, en la toponimia a través de los nombres asociados al agua, en la literatura, y en los perfiles y diseños de las ciudades. Sobre todos estos aspectos han investigado cuatro de los especialistas que recientemente visitaban la ciudad para participar en el Congreso Internacional Homenaje al Duero: Luis Oviedo, abogado y portavoz regional de Ecologistas en Acción; José Ramón Morala, profesor de Lengua Española en la Universidad de León; Antonio Garrosa, doctor en Filosofía y Letras y técnico de la Confederación Hidrográfica del Duero; y Celestino Candelas, arquitecto en Valladolid.
En cualquier rincón de la provincia existen nombres que tienen su origen en los usos del agua, en las profesiones ligadas a ella, como es el caso de los molineros, o en los propios ríos. La mayor parte de las veces, explica José Ramón Morala, se trata de elementos del espacio que han llamado la atención de los habitantes desde hace cientos de años, y que servían para diferenciarlo de otras zonas. Muchos de estos topónimos, asegura, «tienen que ver con orígenes prerromanos. De hecho, nombres con los que hoy seguimos llamando a nuestros ríos pueden tener perfectamente dos mil o tres mil años»
A través de las denominaciones asociadas al río se puede identificar el paso de poblaciones como los romanos o los árabes. El propio Duero es un nombre prerromano, recuerda. En Zamora están los "humedales" y el "bodonal" (que es una zona encharcada o húmeda). Pero los ejemplos se suceden: Fuentesaúco (por una fuente); los "salograles" , los "llama" o "llamera" (la "Ll" inicial indica normalmente terrenos encharcados) o las "lagunas". En otras ocasiones el nombre procede de la acción del hombre vinculada al agua, como "molinos", "canales", "presas" o "molneras"(que eran antiguas molinarias). «Son todas actividades que requieren la presencia del agua y que se reflejan en la toponimia constantemente», explica el profesor.
Los pueblos de la provincia son un ejemplo constante en esta toponimia relacionada con los ríos, las fuentes o el agua en general, como es el caso de Fontanilla o Fonfría. «Todos los Vega son vaguadas y todos los Navas son también vaguadas que tienen que ver con agua, como ocurre con los navajos o lavajos», especifica Morala. Bajo su punto de vista es muy interesante además la toponimia menor, es decir aquella que se refiere a los pagos, caminos, o zonas de cultivo dentro de un pueblo, «y que constantemente hacen referencia al agua como elemento clave en la agricultura».
Como ocurre con los nombres, el Duero y su influencia ha quedado plasmado en la literatura desde sus inicios. Así lo ha constatado el profesor Antonio Garrosa en su libro "Los ríos del Duero en la tradición literaria". Las primeras alusiones al Duero zamorano en la literatura aparecen ya en el Romancero, cuando ante las quejas de Doña Urraca el Rey Fernando, moribundo, describe la situación de Zamora junto al río.
En toda la región el Duero, señala, «tuvo una enorme importancia para la evolución y el desarrolla de lo que luego han sido los dos grandes romances peninsulares, el castellano y el portugués, hablados por casi 500 millones de personas en todo el mundo». Las alusiones se encuentran «prácticamente en el origen de nuestra lengua. Ya en el poema de Mio Cid se dice que "travesaron Duero, esa agua capdal.". Y hasta hoy mismo, en la poesía zamorana con con Claudio Rodríguez. «Tenemos referencias constantes al Duero hasta el punto de que quizá sea el río español más importante en referencias literarias». Otros escritores que se inspiraron en él han sido Antonio Machado, Fray Luis de León y Unamuno, «aunque el que más ha recurrido a él ha sido Machado». En Zamora, además de Claudio Rodríguez, han destacado por esta misma sensibilidad, subraya, Agustín García Calvo e incluso el bilbaíno Blas de Otero o León Felipe, que también se inspiraron en el Duero. Por último, el investigador confirma que la imagen que más se ha difundido del río en la literatura es la de «padre Duero, con el cual va Castilla corriendo hacia la mar, como articulador».
El arquitecto y estudioso del río Celestino Candelas analiza Zamora desde el punto de vista del perfil urbano con sus puentes. También ha centrado sus trabajos en un elemento que considera excepcional en la provincia, como es el Puente Pino, de Requejo. De hecho, adelanta, «vamos a proponer con los alcaldes de la zona su declaración como Bien de Interés Cultural». Respecto a la capital, el técnico sostiene que tiene «un perfil extraordinario desde el río Duero y un escenario perfecto con la línea de agua, los puentes, fundamentalmente el Puente de Piedra, y el casco histórico, que es alargado y de una gran singularidad sobre la Catedral y los paños de muralla. Es un espacio único, sobre todo como ciudad». Es, insiste, «un lugar amplio, abierto y realmente excepcional. Hemos visto otros núcleos que teniendo esos mismos escenarios no disfrutan de ese perfil equilibrado».
Pero el río tiene su cara y su cruz, esta última en los llamados por Luis Oviedo los «paraísos perdidos» o, lo que es lo mismo, los valles y pueblos que los pantanos ocuparon y que han desaparecido en la provincia, al igual que en otros muchos puntos del país. El abogado y portavoz en Castilla y León de Ecologistas en Acción llama la atención sobre los 60 embalses que existen en la cuenca del Duero, «y que han supuesto la pérdida de lo que hay debajo». En la mayor parte de los casos, denuncia, «estos pantanos carecen de justificación, porque lo que subyace es un interés económico de las empresas del hormigón y del sector hidroeléctrico, ya que los regadíos llegan tarde y mal, y las inundaciones que se pretenden evitar se siguen produciendo».
Desde el punto de vista de estos paraísos perdidos Zamora sería, afirma, «una de las grandes damnificadas». El Duero, desde que entra en la provincia hasta que llega a la frontera con Portugal, «es un río absolutamente remansado, a pesar de que tiene su encanto, como en la zona de Los Arribes». Con todo, Luis Oviedo imagina «lo que podía haber sido hace años el Duero bravo y recorriendo los cañones llenos de agua, no a la mitad de su capacidad como ahora. Desde luego Zamora es una de las provincias que más paisaje natural ha perdido por los embalses».
En cualquier rincón de la provincia existen nombres que tienen su origen en los usos del agua, en las profesiones ligadas a ella, como es el caso de los molineros, o en los propios ríos. La mayor parte de las veces, explica José Ramón Morala, se trata de elementos del espacio que han llamado la atención de los habitantes desde hace cientos de años, y que servían para diferenciarlo de otras zonas. Muchos de estos topónimos, asegura, «tienen que ver con orígenes prerromanos. De hecho, nombres con los que hoy seguimos llamando a nuestros ríos pueden tener perfectamente dos mil o tres mil años»
A través de las denominaciones asociadas al río se puede identificar el paso de poblaciones como los romanos o los árabes. El propio Duero es un nombre prerromano, recuerda. En Zamora están los "humedales" y el "bodonal" (que es una zona encharcada o húmeda). Pero los ejemplos se suceden: Fuentesaúco (por una fuente); los "salograles" , los "llama" o "llamera" (la "Ll" inicial indica normalmente terrenos encharcados) o las "lagunas". En otras ocasiones el nombre procede de la acción del hombre vinculada al agua, como "molinos", "canales", "presas" o "molneras"(que eran antiguas molinarias). «Son todas actividades que requieren la presencia del agua y que se reflejan en la toponimia constantemente», explica el profesor.
Los pueblos de la provincia son un ejemplo constante en esta toponimia relacionada con los ríos, las fuentes o el agua en general, como es el caso de Fontanilla o Fonfría. «Todos los Vega son vaguadas y todos los Navas son también vaguadas que tienen que ver con agua, como ocurre con los navajos o lavajos», especifica Morala. Bajo su punto de vista es muy interesante además la toponimia menor, es decir aquella que se refiere a los pagos, caminos, o zonas de cultivo dentro de un pueblo, «y que constantemente hacen referencia al agua como elemento clave en la agricultura».
Como ocurre con los nombres, el Duero y su influencia ha quedado plasmado en la literatura desde sus inicios. Así lo ha constatado el profesor Antonio Garrosa en su libro "Los ríos del Duero en la tradición literaria". Las primeras alusiones al Duero zamorano en la literatura aparecen ya en el Romancero, cuando ante las quejas de Doña Urraca el Rey Fernando, moribundo, describe la situación de Zamora junto al río.
En toda la región el Duero, señala, «tuvo una enorme importancia para la evolución y el desarrolla de lo que luego han sido los dos grandes romances peninsulares, el castellano y el portugués, hablados por casi 500 millones de personas en todo el mundo». Las alusiones se encuentran «prácticamente en el origen de nuestra lengua. Ya en el poema de Mio Cid se dice que "travesaron Duero, esa agua capdal.". Y hasta hoy mismo, en la poesía zamorana con con Claudio Rodríguez. «Tenemos referencias constantes al Duero hasta el punto de que quizá sea el río español más importante en referencias literarias». Otros escritores que se inspiraron en él han sido Antonio Machado, Fray Luis de León y Unamuno, «aunque el que más ha recurrido a él ha sido Machado». En Zamora, además de Claudio Rodríguez, han destacado por esta misma sensibilidad, subraya, Agustín García Calvo e incluso el bilbaíno Blas de Otero o León Felipe, que también se inspiraron en el Duero. Por último, el investigador confirma que la imagen que más se ha difundido del río en la literatura es la de «padre Duero, con el cual va Castilla corriendo hacia la mar, como articulador».
El arquitecto y estudioso del río Celestino Candelas analiza Zamora desde el punto de vista del perfil urbano con sus puentes. También ha centrado sus trabajos en un elemento que considera excepcional en la provincia, como es el Puente Pino, de Requejo. De hecho, adelanta, «vamos a proponer con los alcaldes de la zona su declaración como Bien de Interés Cultural». Respecto a la capital, el técnico sostiene que tiene «un perfil extraordinario desde el río Duero y un escenario perfecto con la línea de agua, los puentes, fundamentalmente el Puente de Piedra, y el casco histórico, que es alargado y de una gran singularidad sobre la Catedral y los paños de muralla. Es un espacio único, sobre todo como ciudad». Es, insiste, «un lugar amplio, abierto y realmente excepcional. Hemos visto otros núcleos que teniendo esos mismos escenarios no disfrutan de ese perfil equilibrado».
Pero el río tiene su cara y su cruz, esta última en los llamados por Luis Oviedo los «paraísos perdidos» o, lo que es lo mismo, los valles y pueblos que los pantanos ocuparon y que han desaparecido en la provincia, al igual que en otros muchos puntos del país. El abogado y portavoz en Castilla y León de Ecologistas en Acción llama la atención sobre los 60 embalses que existen en la cuenca del Duero, «y que han supuesto la pérdida de lo que hay debajo». En la mayor parte de los casos, denuncia, «estos pantanos carecen de justificación, porque lo que subyace es un interés económico de las empresas del hormigón y del sector hidroeléctrico, ya que los regadíos llegan tarde y mal, y las inundaciones que se pretenden evitar se siguen produciendo».
Desde el punto de vista de estos paraísos perdidos Zamora sería, afirma, «una de las grandes damnificadas». El Duero, desde que entra en la provincia hasta que llega a la frontera con Portugal, «es un río absolutamente remansado, a pesar de que tiene su encanto, como en la zona de Los Arribes». Con todo, Luis Oviedo imagina «lo que podía haber sido hace años el Duero bravo y recorriendo los cañones llenos de agua, no a la mitad de su capacidad como ahora. Desde luego Zamora es una de las provincias que más paisaje natural ha perdido por los embalses».