Inundaciones en latinoamérica
Lun, 26/02/2007
Resulta extraño sobrevolar la región tropical del Beni, en Bolivia, con un cielo azul idílico mientras la tierra ha desaparecido bajo el agua. Por poco tiempo, la furia del fenómeno climatológico El Niño se ha dado una tregua en la descarga de rayos, truenos, lluvias torrenciales, derrumbes y barro. Allá abajo se mueven, desorientadas, figuras marrones y blancas. Las primeras son decenas de canoas de madera, donde navegan familias que huyen de la desgracia, aferradas a las ropas y los muebles que han podido salvar. Las segundas, son filas de vacas y toros de raza nelore en busca de algún lugar no inundado. Pero las escasas lomas secas ya están ocupadas por otros rebaños, que pronto morirán.
Cuatro de las ocho provincias que forman el Beni son inmensos lagos turbios, de los que sobresalen los techos de hoja de palma de las cabañas anegadas. Hay aldeas donde la gente se apiña en las plazas, las iglesias, las escuelas, todo lo que esté en una zona alta. Desde allí, señalan el paso de la avioneta Cessna. Hay personas encaramadas a árboles, junto a los techos de sus hogares.
Como una isla milagrosa, resiste la capital, Trinidad, rodeada de un dique circular de cemento. La barrera se construyó después de otra gran inundación, la de 1992. Pero sólo resguarda el centro, y quizás no por mucho tiempo: el nivel del agua sube y está a 40 centímetros de rebasar la protección. En los barrios más pobres de la ciudad, la población camina con el agua por la cintura, sale a rescatar sus enseres, sufre de dengue, malaria, diarrea y fiebre amarilla. Las aguas estancadas son el paraíso de los mosquitos infectados.
Con una lancha proporcionada por la cooperación internacional es posible adentrarse en el drama. En una infravivienda de estacas de madera y techo vegetal, un padre de familia, paralítico, fija la mirada en el agua que le cerca, como si pudiera detenerla. Rodean su silla de ruedas cuatro niños y un bebé.
En otras casuchas, la gente empapada pasa el tiempo en hamacas. Se niegan a salir de sus hogares. Temen perder lo poco que tienen. En la radio, los vecinos escuchan casos como el de un anciano muerto hace 13 días que no puede ser enterrado porque en su aldea, situada en la ribera del desbordado río Mamoré, el cementerio está sumergido. Lo único seco es un dique alto, donde los vecinos han colocado el cuerpo.
Las cifras oficiales son dramáticas: unas 350.000 personas afectadas en ocho de las nueve regiones del país, 35 muertos, seis desaparecidos, 1.580 infectados de dengue, riesgo de epidemias de malaria y algunos brotes de hantavirus y leptopirosis, ambas enfermedades transmitidas por ratas.
Las regiones orientales de Beni y Santa Cruz son las más afectadas; decenas de pueblos indígenas están aislados, se han perdido 22.500 cabezas de ganado y 71.000 hectáreas de cultivo, mientras los empresarios, desesperados, cifran en 100 millones de dólares los daños.
La ONU ha calificado la situación como «uno de los peores desastres de la Historia de Bolivia» y ha iniciado una campaña para recaudar 9,2 millones de dólares. El embajador de España, Juan Francisco Montalbán, se trasladó ayer a Santa Cruz para entregar 200 toneladas de ayuda en lanchas, alimentos, medicinas, mantas y tiendas de campaña. En total, 600.000 euros. «Hay una gran preocupación del Gobierno español e intentamos trasladar un mensaje de ánimo y solidaridad», dijo Montalbán a EL MUNDO, vía telefónica.
Cuba ha desplazado a 400 médicos, Venezuela ha enviado cinco aviones Hércules con ayuda, Argentina otros cinco helicópteros y Perú, Chile, Italia, Japón, Francia, Estados Unidos y Alemania han respondido a la llamada de socorro del presidente Evo Morales enviando ayuda económica, filtros de purificación, mosquiteros, botas de agua, colchones, ollas y sacos terreros para intentar contener el avance del agua.
A pesar de ello, hay decenas de lugares donde no llega asistencia. Los pueblos indígenas cazan animales para sobrevivir, mientras, en las calles de la ciudad de Trinidad, la gente acopia víveres. Los colegios han suspendido las clases para acoger a miles de damnificados y en cada barrio se han instalado comedores populares, donde llegan familias que lo han perdido todo.
Cuatro de las ocho provincias que forman el Beni son inmensos lagos turbios, de los que sobresalen los techos de hoja de palma de las cabañas anegadas. Hay aldeas donde la gente se apiña en las plazas, las iglesias, las escuelas, todo lo que esté en una zona alta. Desde allí, señalan el paso de la avioneta Cessna. Hay personas encaramadas a árboles, junto a los techos de sus hogares.
Como una isla milagrosa, resiste la capital, Trinidad, rodeada de un dique circular de cemento. La barrera se construyó después de otra gran inundación, la de 1992. Pero sólo resguarda el centro, y quizás no por mucho tiempo: el nivel del agua sube y está a 40 centímetros de rebasar la protección. En los barrios más pobres de la ciudad, la población camina con el agua por la cintura, sale a rescatar sus enseres, sufre de dengue, malaria, diarrea y fiebre amarilla. Las aguas estancadas son el paraíso de los mosquitos infectados.
Con una lancha proporcionada por la cooperación internacional es posible adentrarse en el drama. En una infravivienda de estacas de madera y techo vegetal, un padre de familia, paralítico, fija la mirada en el agua que le cerca, como si pudiera detenerla. Rodean su silla de ruedas cuatro niños y un bebé.
En otras casuchas, la gente empapada pasa el tiempo en hamacas. Se niegan a salir de sus hogares. Temen perder lo poco que tienen. En la radio, los vecinos escuchan casos como el de un anciano muerto hace 13 días que no puede ser enterrado porque en su aldea, situada en la ribera del desbordado río Mamoré, el cementerio está sumergido. Lo único seco es un dique alto, donde los vecinos han colocado el cuerpo.
Las cifras oficiales son dramáticas: unas 350.000 personas afectadas en ocho de las nueve regiones del país, 35 muertos, seis desaparecidos, 1.580 infectados de dengue, riesgo de epidemias de malaria y algunos brotes de hantavirus y leptopirosis, ambas enfermedades transmitidas por ratas.
Las regiones orientales de Beni y Santa Cruz son las más afectadas; decenas de pueblos indígenas están aislados, se han perdido 22.500 cabezas de ganado y 71.000 hectáreas de cultivo, mientras los empresarios, desesperados, cifran en 100 millones de dólares los daños.
La ONU ha calificado la situación como «uno de los peores desastres de la Historia de Bolivia» y ha iniciado una campaña para recaudar 9,2 millones de dólares. El embajador de España, Juan Francisco Montalbán, se trasladó ayer a Santa Cruz para entregar 200 toneladas de ayuda en lanchas, alimentos, medicinas, mantas y tiendas de campaña. En total, 600.000 euros. «Hay una gran preocupación del Gobierno español e intentamos trasladar un mensaje de ánimo y solidaridad», dijo Montalbán a EL MUNDO, vía telefónica.
Cuba ha desplazado a 400 médicos, Venezuela ha enviado cinco aviones Hércules con ayuda, Argentina otros cinco helicópteros y Perú, Chile, Italia, Japón, Francia, Estados Unidos y Alemania han respondido a la llamada de socorro del presidente Evo Morales enviando ayuda económica, filtros de purificación, mosquiteros, botas de agua, colchones, ollas y sacos terreros para intentar contener el avance del agua.
A pesar de ello, hay decenas de lugares donde no llega asistencia. Los pueblos indígenas cazan animales para sobrevivir, mientras, en las calles de la ciudad de Trinidad, la gente acopia víveres. Los colegios han suspendido las clases para acoger a miles de damnificados y en cada barrio se han instalado comedores populares, donde llegan familias que lo han perdido todo.