La desertización afecta ya al 41% de la superficie terrestre
Dom, 23/09/2007
Cada año se pierden entre 10 y 30 millones de hectáreas de suelo y, con ellas, la salud y la supervivencia de más de 1.000 millones de personas de un centenar de países La Octava Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertización (COP8), que ha reunido en Madrid a más de 2.000 representantes de 200 países, de Naciones Unidas, organizaciones intergubernamentales y Ong, ha tenido como principal objetivo analizar la situación mundial y buscar soluciones para mitigar los procesos de desertización en el planeta, un problema que pone en peligro los medios de subsistencia de 1.200 millones de personas.
Tras dos semanas de intensas reuniones, y aunque no se logró alcanzar un acuerdo sobre su financiación, los delegados consiguieron aprobar un Plan en el que se definen estrategias y objetivos concretos a conseguir en los próximos diez años para combatir la desertización y la sequía. El documento contempla, además, actuaciones como el refuerzo de las relaciones científicas y tecnológicas, el fortalecimiento de las relaciones institucionales, la consideración de los costes sociales y económicos de la desertización y de la inactividad frente a la degradación del suelo, a fin de aumentar la sensibilización e incrementar eficientemente el apoyo a las áreas afectadas. Actividades humanas La erosión y degradación del suelo afectan actualmente a un 41% de la superficie terrestre, en la que habitan cerca de 2.500 millones de personas, la mayoría en países en desarrollo. Más del 70% de las zonas áridas africanas están seriamente dañadas, especialmente la subsahariana. El 60% de los países mediterráneos también sufren este proceso; el 25% de Sudamérica y el Caribe son tierras secas y desérticas, y están afectadas grandes extensiones de China, India y Pakistán. Uno de los principales problemas que sufren la mayoría de los países que se desertizan es la falta de recursos a la que se suman las condiciones meteorológicas adversas. Detrás de este fenómeno están las actividades humanas (agrarias, ocupación del suelo para su urbanización, sobreexplotación de acuíferos, contaminación del agua y del suelo, deforestación, incendios forestales), agravando las consecuencias del cambio climático, aumentando la pérdida de biodiversidad y dificultando el acceso al agua potable para el abastecimiento. Sin olvidar la inestabilidad política que lleva consigo la construcción de campamentos militares, prisiones y albergues para refugiados que, además de modificar el paisaje desértico, dejan grandes huellas medioambientales, principalmente en lo que se refiere al agua. Los expertos calculan que en el año 2020 más de 130 millones de seres humanos podrían abandonar sus tierras ante el avance del desierto. De ellos, cerca de la mitad corresponderán al África subsahariana, la región del planeta con mayor índice de desertización. Asia también se verá muy afectada al tener 1.700 millones de hectáreas de tierras áridas y semiáridas, que incluyen desiertos en continuo crecimiento en China, India, Mongolia, Pakistán o Nepal. En Hispanoamérica, a pesar de albergar enormes superficies de bosques tropicales húmedos, la pérdida de selva y de tierras de cultivo supera los 300 millones de hectáreas. España es el país europeo más afectado por este problema. Más de la tercera parte de su superficie presenta riesgo significativo de desertización, en el 17% es grave y un 6% ya se ha degradado de forma irreversible, siendo la vertiente mediterránea (Murcia y valencia, principalmente) y Canarias las zonas más afectadas. Se prevé que el proceso se agrave en las próximas décadas debido al cambio climático y a la intensificación de los fenómenos meteorológicos adversos como las sequías y las tormentas. Para prevenir la pérdida y degradación de las tierras y a facilitar la recuperación de las zonas afectadas, se ultima el Programa de Acción Nacional contra la Desertización, una estrategia que contribuirá a promover un desarrollo sostenible en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas españolas. Entre las medidas que se contemplan está determinar las zonas más vulnerables, actuaciones para hacer un uso más eficiente del agua (desalinización, depuración y reutilización), seleccionar los cultivos con menores exigencias de agua y fomentar la investigación para combatir la desertización.
Tras dos semanas de intensas reuniones, y aunque no se logró alcanzar un acuerdo sobre su financiación, los delegados consiguieron aprobar un Plan en el que se definen estrategias y objetivos concretos a conseguir en los próximos diez años para combatir la desertización y la sequía. El documento contempla, además, actuaciones como el refuerzo de las relaciones científicas y tecnológicas, el fortalecimiento de las relaciones institucionales, la consideración de los costes sociales y económicos de la desertización y de la inactividad frente a la degradación del suelo, a fin de aumentar la sensibilización e incrementar eficientemente el apoyo a las áreas afectadas. Actividades humanas La erosión y degradación del suelo afectan actualmente a un 41% de la superficie terrestre, en la que habitan cerca de 2.500 millones de personas, la mayoría en países en desarrollo. Más del 70% de las zonas áridas africanas están seriamente dañadas, especialmente la subsahariana. El 60% de los países mediterráneos también sufren este proceso; el 25% de Sudamérica y el Caribe son tierras secas y desérticas, y están afectadas grandes extensiones de China, India y Pakistán. Uno de los principales problemas que sufren la mayoría de los países que se desertizan es la falta de recursos a la que se suman las condiciones meteorológicas adversas. Detrás de este fenómeno están las actividades humanas (agrarias, ocupación del suelo para su urbanización, sobreexplotación de acuíferos, contaminación del agua y del suelo, deforestación, incendios forestales), agravando las consecuencias del cambio climático, aumentando la pérdida de biodiversidad y dificultando el acceso al agua potable para el abastecimiento. Sin olvidar la inestabilidad política que lleva consigo la construcción de campamentos militares, prisiones y albergues para refugiados que, además de modificar el paisaje desértico, dejan grandes huellas medioambientales, principalmente en lo que se refiere al agua. Los expertos calculan que en el año 2020 más de 130 millones de seres humanos podrían abandonar sus tierras ante el avance del desierto. De ellos, cerca de la mitad corresponderán al África subsahariana, la región del planeta con mayor índice de desertización. Asia también se verá muy afectada al tener 1.700 millones de hectáreas de tierras áridas y semiáridas, que incluyen desiertos en continuo crecimiento en China, India, Mongolia, Pakistán o Nepal. En Hispanoamérica, a pesar de albergar enormes superficies de bosques tropicales húmedos, la pérdida de selva y de tierras de cultivo supera los 300 millones de hectáreas. España es el país europeo más afectado por este problema. Más de la tercera parte de su superficie presenta riesgo significativo de desertización, en el 17% es grave y un 6% ya se ha degradado de forma irreversible, siendo la vertiente mediterránea (Murcia y valencia, principalmente) y Canarias las zonas más afectadas. Se prevé que el proceso se agrave en las próximas décadas debido al cambio climático y a la intensificación de los fenómenos meteorológicos adversos como las sequías y las tormentas. Para prevenir la pérdida y degradación de las tierras y a facilitar la recuperación de las zonas afectadas, se ultima el Programa de Acción Nacional contra la Desertización, una estrategia que contribuirá a promover un desarrollo sostenible en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas españolas. Entre las medidas que se contemplan está determinar las zonas más vulnerables, actuaciones para hacer un uso más eficiente del agua (desalinización, depuración y reutilización), seleccionar los cultivos con menores exigencias de agua y fomentar la investigación para combatir la desertización.