Las turberas son un escaso ecosistema de la península Ibérica, tan desconocido como agredido
Mon, 06/06/2005
Las turberas son un escaso ecosistema de la península Ibérica, tan desconocido como agredido. Sólo unas pocas miles de hectáreas se distribuyen por el norte de España, y pese a su escasez son explotadas con la finalidad de vender la turba, esa tierra negra tan nutritiva para las plantas domésticas con un singular olor a humus.
Es el caso de las turberas de Roñanzas, en el Concejo de Llanes, situadas sobre montes planos de origen marino, a una cota de unos 200 metros de altitud. La turbera ha sido tan agredida para la extracción durante décadas de miles de toneladas de turba, que esa acción es visible desde el espacio.
Sin embargo, y pese a haber dado muy elevados rendimientos, fueron abandonadas sin la más mínima restauración ambiental. Ha sido necesaria la acción combinada de la Fundación Global Nature, el Fapas y la Fundación Santander Central Hispano, para empezar a devolver a su estado natural de hace unas décadas a este ecosistema con 15.000 años de antigüedad. Las turberas de Roñanzas pueden convertirse en un buen ejemplo de cómo devolver al medio las miles de canteras abandonadas en nuestro país.
«Conocía lo ocurrido en las turberas y aunque nadie se había fijado en ellas siempre había albergado la idea de recuperarlas.A través de pequeños ejemplos se pueden hacer grandes cosas», afirma Roberto Hartasánchez, un histórico ecologista presidente de Fapas e impulsor de la recuperación del oso pardo en Asturias.
Hartasánchez ha pateado su tierra natal no sólo para plantar manzanos, cerezos y castaños con la finalidad de proporcionar alimento al oso. También ha puesto comederos para buitres en decenas de rincones de las montañas y no parará hasta lograr que el quebrantahuesos regrese a los Picos de Europa. Y ahora, se sorprende ante este nuevo reto, esta vez con la flora, mientras acaricia los esponjosos musgos que tras miles de años forman la turba.
Dos metros de alto
«Es parecido al coral. La planta muerta es el esqueleto de la turba. Y de esa manera crece», dice mientras explica que en Roñanzas este hábitat tiene hasta dos metros de altura. La acción del agua de lluvia que se depositaba sobre esos montes planos permitió que tras la retirada de los glaciares crecieran los musgos esfangos, la flora asociada y multitud de microorganismos edáficos. Y así miles de años hasta que llegaron las máquinas.
Primero abrieron grandes canales para desaguar el ecosistema, después quitaron la primera capa de 50 centímetros -donde la turba mantiene todavía vida- por inservible. Después las máquinas mandaban montaña abajo en unas vagonetas la turba más antigua con miles de años. Así hasta 10 hectáreas.
El trabajo de restauración ha sido precisamente actuar al contrario.Primero restaurar el acceso destruido porque las aguas de la turbera erosionaron el monte y la pista. Luego han levantado diques en las zanjas para que la turbera pueda retener el agua.Y ahora se tendrá que esperar otros miles de años a que los esfangos hagan su trabajo, aunque dentro de 10 años ya se notarán los primeros efectos de la restauración.
Hay un último objetivo: la turbera cumplirá la función de aula de la naturaleza. Los colegios de la región acudirán a conocer este ecosistema y el conjunto de medidas para proteger este espacio tan singular, que ha recibido protección del Principado de Asturias.
Los escolares podrán tocar la esponjosa y húmeda primera capa de los distintos musgos del género Sphagnum; conocer el origen geológico de esos suelos silíceos; observar cómo la planta carnívora rocío del sol (Drosera sp) engulle insectos para incorporar ese nutriente al ecosistema o ver volar a las numerosas rapaces que sobrevuelan la zona. Aprenderán una nueva manera de aproximarse al mundo de las pequeñas plantas que pasan normalmente desapercibidas bajo nuestros pies.
Se calcula que cinco millones de hectáreas de turberas se han explotado en el mundo como combustible. Otros 30 millones se han destruido para dedicarlas a cultivos. La turba de Escocia se utiliza para tostar la malta del famoso whisky y darle su peculiar aroma.
Además, la turba retiene tres veces más de CO2 que otras plantas.De ahí que EL MUNDO haya elegido este pequeño proyecto de Hartasánchez como ejemplo de una celebración tan grande como la de ayer: el Día Mundial del Medio Ambiente.
Es el caso de las turberas de Roñanzas, en el Concejo de Llanes, situadas sobre montes planos de origen marino, a una cota de unos 200 metros de altitud. La turbera ha sido tan agredida para la extracción durante décadas de miles de toneladas de turba, que esa acción es visible desde el espacio.
Sin embargo, y pese a haber dado muy elevados rendimientos, fueron abandonadas sin la más mínima restauración ambiental. Ha sido necesaria la acción combinada de la Fundación Global Nature, el Fapas y la Fundación Santander Central Hispano, para empezar a devolver a su estado natural de hace unas décadas a este ecosistema con 15.000 años de antigüedad. Las turberas de Roñanzas pueden convertirse en un buen ejemplo de cómo devolver al medio las miles de canteras abandonadas en nuestro país.
«Conocía lo ocurrido en las turberas y aunque nadie se había fijado en ellas siempre había albergado la idea de recuperarlas.A través de pequeños ejemplos se pueden hacer grandes cosas», afirma Roberto Hartasánchez, un histórico ecologista presidente de Fapas e impulsor de la recuperación del oso pardo en Asturias.
Hartasánchez ha pateado su tierra natal no sólo para plantar manzanos, cerezos y castaños con la finalidad de proporcionar alimento al oso. También ha puesto comederos para buitres en decenas de rincones de las montañas y no parará hasta lograr que el quebrantahuesos regrese a los Picos de Europa. Y ahora, se sorprende ante este nuevo reto, esta vez con la flora, mientras acaricia los esponjosos musgos que tras miles de años forman la turba.
Dos metros de alto
«Es parecido al coral. La planta muerta es el esqueleto de la turba. Y de esa manera crece», dice mientras explica que en Roñanzas este hábitat tiene hasta dos metros de altura. La acción del agua de lluvia que se depositaba sobre esos montes planos permitió que tras la retirada de los glaciares crecieran los musgos esfangos, la flora asociada y multitud de microorganismos edáficos. Y así miles de años hasta que llegaron las máquinas.
Primero abrieron grandes canales para desaguar el ecosistema, después quitaron la primera capa de 50 centímetros -donde la turba mantiene todavía vida- por inservible. Después las máquinas mandaban montaña abajo en unas vagonetas la turba más antigua con miles de años. Así hasta 10 hectáreas.
El trabajo de restauración ha sido precisamente actuar al contrario.Primero restaurar el acceso destruido porque las aguas de la turbera erosionaron el monte y la pista. Luego han levantado diques en las zanjas para que la turbera pueda retener el agua.Y ahora se tendrá que esperar otros miles de años a que los esfangos hagan su trabajo, aunque dentro de 10 años ya se notarán los primeros efectos de la restauración.
Hay un último objetivo: la turbera cumplirá la función de aula de la naturaleza. Los colegios de la región acudirán a conocer este ecosistema y el conjunto de medidas para proteger este espacio tan singular, que ha recibido protección del Principado de Asturias.
Los escolares podrán tocar la esponjosa y húmeda primera capa de los distintos musgos del género Sphagnum; conocer el origen geológico de esos suelos silíceos; observar cómo la planta carnívora rocío del sol (Drosera sp) engulle insectos para incorporar ese nutriente al ecosistema o ver volar a las numerosas rapaces que sobrevuelan la zona. Aprenderán una nueva manera de aproximarse al mundo de las pequeñas plantas que pasan normalmente desapercibidas bajo nuestros pies.
Se calcula que cinco millones de hectáreas de turberas se han explotado en el mundo como combustible. Otros 30 millones se han destruido para dedicarlas a cultivos. La turba de Escocia se utiliza para tostar la malta del famoso whisky y darle su peculiar aroma.
Además, la turba retiene tres veces más de CO2 que otras plantas.De ahí que EL MUNDO haya elegido este pequeño proyecto de Hartasánchez como ejemplo de una celebración tan grande como la de ayer: el Día Mundial del Medio Ambiente.