Why so many hurricanes?
Sun, 26/09/2004
A mediados de mayo pasado el organismo estadounidense que dirige las investigaciones climatológicas, la Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), anunció en una rueda de prensa en Houston que sus observaciones hacían prever una actividad superior a la normal en la temporada de huracanes del océano Atlántico, entre el 1 de junio y el 30 de noviembre.
Su pronóstico hablaba de entre 12 y 15 tormentas tropicales, de las que entre 6 y 8 podrían llegar a convertirse en huracanes -cuando los vientos superan los 120 kilómetros por hora y levantan olas de metro y medio-, y de dos a cuatro de éstos llegarían a ser de los de más potencia: es decir, con vientos de más de 250 kilómetros por hora y olas de entre cuatro y seis metros. A punto de finalizar septiembre, con dos meses por delante en la estación de los huracanes, ya se han formado en el Atlántico 10 tormentas tropicales, de las cuales siete han alcanzado la fuerza de un huracán y cinco, capacidad destructiva: Charley, Frances, Ivan, Jeanne y Karl.
De hecho, han dejado su huella en las islas del Caribe, la península del Yucatán y varios Estados norteamericanos al arrasar lo que encontraban a su paso, con miles de muertos y destrozos incalculables. Porque aunque la actividad de los huracanes se pueda prever, no se puede luchar contra ellos. Eso sí, constatar su llegada permite minimizar sus efectos.
La agitada temporada de huracanes de este año está causada por un aumento natural de la temperatura del océano, y no por el calentamiento global o por efecto de El Niño, como se ha especulado, según aseguran los expertos del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, que depende de la NOAA y tiene su sede en Miami.
La temperatura de las aguas del océano Atlántico aumenta cíclicamente unos dos grados, por la lentitud con que se mueven las corrientes que existen a una profundidad de más de 50 metros. 'La corriente oceánica tarda de unos 30 a 40 años en recorrer el globo y otro tanto en volver, eso explica los ciclos de huracanes', señala Lexion Ávila, uno de los cinco expertos en huracanes de dicho centro. El ciclo actual comenzó en 1995 y desde entonces se han formado 98 huracanes, el mayor número en los registros históricos de NOAA.
Los huracanes se forman para llevar el exceso de calor de los trópicos a las zonas más frías: 'Es una forma de lograr el equilibrio natural', subraya Ávila. Aunque 'no existe correlación entre los huracanes y el calentamiento global', indica, éste puede aumentar el número de ciclones e intensificar su fuerza en unas décadas. Además, la subida del nivel del mar derivada del calentamiento puede empeorar las inundaciones que provocan los huracanes. La Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE UU calcula que las aguas marinas han subido hasta 30 centímetros en el último siglo.
Pero para que se produzcan los huracanes se deben dar determinadas condiciones. Una de ellas es que sólo se forman en zonas de aguas muy cálidas: de más de 27ºC hasta, por lo menos, 50 metros de profundidad. Ese agua hace de combustible del huracán. Primero facilita, al evaporarse, la formación de nubes y fuertes precipitaciones. 'Un huracán puede descargar entre 300 y 400 litros al día', explica José Antonio Fernández Monistrol, jefe del Centro Nacional de Predicciones del Instituto Meteorológico Nacional. 'Aunque el huracán Dennis, que impactó contra la isla de Reunión [en 1999] dejó 1.800 litros en un día, es decir, todo lo que llueve en un año en Galicia'.
El aire caliente, cargado de humedad, asciende y, al entrar en contacto en la atmósfera con aire más frío de las capas más altas, se descarga en forma de lluvia. Si además se produce una depresión, las tormentas se concentran a su alrededor, girando en sentido contrario a las agujas del reloj -giro ciclónico cuando es en el hemisferio norte- y se va organizando el huracán, con el aire girando hacia dentro en su desplazamiento.
Al ir absorbiendo humedad del mar, lo que nace como tormenta tropical va ganando energía y, si los vientos alcanzan los 120 kilómetros por hora, se convierte en huracán implacable. Como ha ocurrido con Jeanne, que desde que se formó en la costa de Puerto Rico a mediados de septiembre, se ha convertido en un ciclón de gran potencia. Tras tocar la isla de La Española cruzó las Bahamas y parecía que iba a desaparecer en dirección norte océano adentro, pero hizo un giro inesperado y comenzó a dirigirse lentamente hacia Florida, adonde debería llegar hoy.
La potencia de un huracán se mide por la escala Saffir-Simpson, que mide la velocidad de los vientos que lo componen, con categorías del uno (desde 120 kilómetros por hora) al cinco (más de 250 kilómetros por hora). Los meteorólogos pronosticaban ayer que Jeanne alcanzaría la categoría tres (vientos de más de 200 kilómetros) al tocar la costa estadounidense.
La combinación de huracanes más intensos y mayores niveles del mar puede causar erosiones e inundaciones en las zonas costeras, de acuerdo con los estudios del panel sobre Cambios Climáticos de Naciones Unidas. Este verano varios ciclones han alcanzado las islas del Caribe y las costas norteamericanas, de tal forma que la tierra está saturada y muchas estructuras se han debilitado por el viento, la lluvia y las tormentas.
La peor parte se la llevan los países más pobres, mucho más vulnerables. Cerca de 1.300 muertos y más de 1.100 desaparecidos han hecho de Haití una tierra más pobre de lo que ya es. Los heridos se acercan al millar y, los damnificados, al cuarto de millón.
Algunos supervivientes esperan la ayuda internacional. En primera instancia, miembros de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) brindan asistencia y organizan centros de refugio y de atención a heridos. Por ahora, es lo único que pueden hacer porque ni siquiera es posible evaluar los daños con estadísticas fiables.
El panorama no es tan tétrico en República Dominicana, también en la isla La Española, aunque no por ello deja de ser alarmante. El balance de daños dejados por Jeanne es de 23 muertos, tres desaparecidos, casi 300 heridos y algo más de 32.000 evacuados. Cosechas de arroz y plátanos completamente perdidas, redes eléctricas y de telecomunicaciones en el suelo, complejos hoteleros inundados y golpeados por el viento. Los daños materiales superan los 116,7 millones de euros.
También Cuba sufrió el embate de dos poderosos huracanes en menos de un mes. El primero fue Charley, que cruzó la isla de sur a norte el 13 de agosto y a su paso por las provincias de La Habana y Pinar del Río alcanzó vientos sostenidos de 165 kilómetros por hora y ráfagas de más de 200, provocando cinco muertos, daños en más de 73.000 viviendas y severas perdidas en la agricultura y las infraestructuras urbanas. Los daños superaron los 815 millones de euros, según las autoridades. En la provincia de La Habana, el 66% de las plantaciones de cítricos y el 95% de los sembrados de plátanos desaparecieron. Y en las provincias occidentales más de 1.200.000 personas quedaron sin suministro de agua y sin servicio eléctrico durante varios días. Todavía los cubanos no se habían repuesto, cuando llegó la noticia de la inminente llegada de Iván, y hubo una movilización sin precedentes: más de 1.300.000 personas y 7.000 turistas evacuados. Afortunadamente, pasó de largo. Precisamente porque los huracanes son imprevisibles
Su pronóstico hablaba de entre 12 y 15 tormentas tropicales, de las que entre 6 y 8 podrían llegar a convertirse en huracanes -cuando los vientos superan los 120 kilómetros por hora y levantan olas de metro y medio-, y de dos a cuatro de éstos llegarían a ser de los de más potencia: es decir, con vientos de más de 250 kilómetros por hora y olas de entre cuatro y seis metros. A punto de finalizar septiembre, con dos meses por delante en la estación de los huracanes, ya se han formado en el Atlántico 10 tormentas tropicales, de las cuales siete han alcanzado la fuerza de un huracán y cinco, capacidad destructiva: Charley, Frances, Ivan, Jeanne y Karl.
De hecho, han dejado su huella en las islas del Caribe, la península del Yucatán y varios Estados norteamericanos al arrasar lo que encontraban a su paso, con miles de muertos y destrozos incalculables. Porque aunque la actividad de los huracanes se pueda prever, no se puede luchar contra ellos. Eso sí, constatar su llegada permite minimizar sus efectos.
La agitada temporada de huracanes de este año está causada por un aumento natural de la temperatura del océano, y no por el calentamiento global o por efecto de El Niño, como se ha especulado, según aseguran los expertos del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, que depende de la NOAA y tiene su sede en Miami.
La temperatura de las aguas del océano Atlántico aumenta cíclicamente unos dos grados, por la lentitud con que se mueven las corrientes que existen a una profundidad de más de 50 metros. 'La corriente oceánica tarda de unos 30 a 40 años en recorrer el globo y otro tanto en volver, eso explica los ciclos de huracanes', señala Lexion Ávila, uno de los cinco expertos en huracanes de dicho centro. El ciclo actual comenzó en 1995 y desde entonces se han formado 98 huracanes, el mayor número en los registros históricos de NOAA.
Los huracanes se forman para llevar el exceso de calor de los trópicos a las zonas más frías: 'Es una forma de lograr el equilibrio natural', subraya Ávila. Aunque 'no existe correlación entre los huracanes y el calentamiento global', indica, éste puede aumentar el número de ciclones e intensificar su fuerza en unas décadas. Además, la subida del nivel del mar derivada del calentamiento puede empeorar las inundaciones que provocan los huracanes. La Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE UU calcula que las aguas marinas han subido hasta 30 centímetros en el último siglo.
Pero para que se produzcan los huracanes se deben dar determinadas condiciones. Una de ellas es que sólo se forman en zonas de aguas muy cálidas: de más de 27ºC hasta, por lo menos, 50 metros de profundidad. Ese agua hace de combustible del huracán. Primero facilita, al evaporarse, la formación de nubes y fuertes precipitaciones. 'Un huracán puede descargar entre 300 y 400 litros al día', explica José Antonio Fernández Monistrol, jefe del Centro Nacional de Predicciones del Instituto Meteorológico Nacional. 'Aunque el huracán Dennis, que impactó contra la isla de Reunión [en 1999] dejó 1.800 litros en un día, es decir, todo lo que llueve en un año en Galicia'.
El aire caliente, cargado de humedad, asciende y, al entrar en contacto en la atmósfera con aire más frío de las capas más altas, se descarga en forma de lluvia. Si además se produce una depresión, las tormentas se concentran a su alrededor, girando en sentido contrario a las agujas del reloj -giro ciclónico cuando es en el hemisferio norte- y se va organizando el huracán, con el aire girando hacia dentro en su desplazamiento.
Al ir absorbiendo humedad del mar, lo que nace como tormenta tropical va ganando energía y, si los vientos alcanzan los 120 kilómetros por hora, se convierte en huracán implacable. Como ha ocurrido con Jeanne, que desde que se formó en la costa de Puerto Rico a mediados de septiembre, se ha convertido en un ciclón de gran potencia. Tras tocar la isla de La Española cruzó las Bahamas y parecía que iba a desaparecer en dirección norte océano adentro, pero hizo un giro inesperado y comenzó a dirigirse lentamente hacia Florida, adonde debería llegar hoy.
La potencia de un huracán se mide por la escala Saffir-Simpson, que mide la velocidad de los vientos que lo componen, con categorías del uno (desde 120 kilómetros por hora) al cinco (más de 250 kilómetros por hora). Los meteorólogos pronosticaban ayer que Jeanne alcanzaría la categoría tres (vientos de más de 200 kilómetros) al tocar la costa estadounidense.
La combinación de huracanes más intensos y mayores niveles del mar puede causar erosiones e inundaciones en las zonas costeras, de acuerdo con los estudios del panel sobre Cambios Climáticos de Naciones Unidas. Este verano varios ciclones han alcanzado las islas del Caribe y las costas norteamericanas, de tal forma que la tierra está saturada y muchas estructuras se han debilitado por el viento, la lluvia y las tormentas.
La peor parte se la llevan los países más pobres, mucho más vulnerables. Cerca de 1.300 muertos y más de 1.100 desaparecidos han hecho de Haití una tierra más pobre de lo que ya es. Los heridos se acercan al millar y, los damnificados, al cuarto de millón.
Algunos supervivientes esperan la ayuda internacional. En primera instancia, miembros de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) brindan asistencia y organizan centros de refugio y de atención a heridos. Por ahora, es lo único que pueden hacer porque ni siquiera es posible evaluar los daños con estadísticas fiables.
El panorama no es tan tétrico en República Dominicana, también en la isla La Española, aunque no por ello deja de ser alarmante. El balance de daños dejados por Jeanne es de 23 muertos, tres desaparecidos, casi 300 heridos y algo más de 32.000 evacuados. Cosechas de arroz y plátanos completamente perdidas, redes eléctricas y de telecomunicaciones en el suelo, complejos hoteleros inundados y golpeados por el viento. Los daños materiales superan los 116,7 millones de euros.
También Cuba sufrió el embate de dos poderosos huracanes en menos de un mes. El primero fue Charley, que cruzó la isla de sur a norte el 13 de agosto y a su paso por las provincias de La Habana y Pinar del Río alcanzó vientos sostenidos de 165 kilómetros por hora y ráfagas de más de 200, provocando cinco muertos, daños en más de 73.000 viviendas y severas perdidas en la agricultura y las infraestructuras urbanas. Los daños superaron los 815 millones de euros, según las autoridades. En la provincia de La Habana, el 66% de las plantaciones de cítricos y el 95% de los sembrados de plátanos desaparecieron. Y en las provincias occidentales más de 1.200.000 personas quedaron sin suministro de agua y sin servicio eléctrico durante varios días. Todavía los cubanos no se habían repuesto, cuando llegó la noticia de la inminente llegada de Iván, y hubo una movilización sin precedentes: más de 1.300.000 personas y 7.000 turistas evacuados. Afortunadamente, pasó de largo. Precisamente porque los huracanes son imprevisibles