Climate change, now or always?

Tue, 24/04/2007

Hoy

EL último informe de las Naciones Unidas alerta del impacto del cambio climático sobre la flora y la fauna del planeta, describiendo un panorama desolador (glaciares derretidos, aumento del nivel del mar, sequías en unos sitios e inundaciones en otros, desaparición del 30% de las especies conocidas, etcétera) que ha logrado alarmar a buena parte de la comunidad internacional.

No sé de quién partió, a finales de los años ochenta del pasado siglo, el 'descubrimiento' de que nuestro planeta sufría un cambio climático, pero desde luego ha conseguido que el tema sea el segundo más importante después del terrorismo internacional. Y yo pregunto: ¿es que el clima alguna vez fue estático? Desde hace millones de años la Tierra padece y goza de sucesivos cambios en la distribución de sus temperaturas y precipitaciones, tanto temporal como geográficamente, que han tenido como resultado la extinción de millones de especies y la aparición de otras tantas nuevas, entre ellas una maravillosa, la humana.

Cualquiera que estudie algo de paleontología o de prehistoria comprobará que la Tierra ha pasado, a lo largo de sus casi 5.000 millones de años, por diferentes eras y periodos, con sucesión de distintos tipos climáticos que permitían la adaptación o no de nuevas especies (teoría darviniana). Durante su devenir, sólo en la época cuaternaria (desde hace 1,5 millones de años para acá) este planeta en que vivimos, ha gozado de cuatro grandes glaciaciones (Günz, Mindel, Riss y Würm), en las que Eurasia y América del Norte estuvieron cubiertas de grandes masas de hielo (islandsis), con lo que el nivel de los océanos bajaba muchísimo (regresión marina), hasta el punto de que animales y hombres podían cruzar los continentes a pie (estrechos de Gibraltar o de Bering, por ejemplo).

Evidentemente, a las glaciaciones seguían etapas interglaciares con notables incrementos de temperatura; en el paso del Paleolítico (nuestros ancestros vivían en cuevas) al Neolítico (descubren la agricultura y se hacen sedentarios) se producen aumentos de temperatura superiores a 10º en un siglo. Y todo ello acontecía cuando nuestra especie no sumaba ni un millón de habitantes en todo el orbe y no utilizaban combustibles contaminantes.

Más recientemente, se sabe que en la época romana el norte de África era el granero del imperio, en la Alta Edad Media se estima que la temperatura del hemisferio norte era, en promedio, 1,5º C superior a la de hoy y eso permitió a los vikingos practicar la agricultura en Groenlandia (tierra verde); en el siglo XVIII era un grado menos y, la década de los sesenta y setenta del siglo XX, era 0,5º más baja que en la actualidad, con una preocupación científica por el enfriamiento.

Y si esto viene sucediendo en la Tierra desde sus orígenes, ¿por qué ahora se echan todas las culpas a las sociedades desarrolladas? No dudo del calentamiento del planeta, porque estamos en una etapa interglaciar, lo mismo que es inevitable su futuro enfriamiento a largo plazo, como así ha venido ocurriendo desde siempre. Ahora bien, si como muchos afirman,los humanos estamos acelerando el proceso de calentamiento por causa de las emisiones de CO2, pues póngase remedio en vez de organizar tanta cumbre huera de contenido y asustar a la gente. Apuéstese decididamente (eso es responsabilidad de una coordinación política internacional) por energías renovables para evitar la excesiva dependencia de los combustibles fósiles, pero no entremos en la contradicción de poner reparo a los impactos de los aerogeneradores, subvencionemos la energía solar, la producción de etanol, busquemos soluciones a los residuos nucleares, etc. Pero, sobre todo, abandonemos los dramatismos de los escenarios futuros porque no podemos predecir a ciencia cierta la complejidad de los múltiples procesos interactuantes, simplemente porque los registros termopluviométricos que poseemos con cierto rigor tienen poco más de un siglo (y eso no es nada en la escala de vida planetaria). Máxime, cuando acabamos de comprobar la pasada Semana Santa los errores en las predicciones hechas con unos días de antelación.

Así las predicciones de la ONU son cuanto menos curiosas: ¿Por qué España va a ser uno de los países más afectados? ¿Obedece a un castigo divino?

Decir que a partir del 2020 los períodos de sequía se van a dominar en nuestra península me parece excesivamente aventurado, especialmente cuando las sequías vienen siendo algo habitual en nuestro entorno, por este motivo construyeron embalses los romanos y los agricultores vienen haciendo rogativas a los Santos desde varios siglos atrás. Y todos vemos como a los años de sequía le suceden otros húmedos, como los que gozamos entre 1997 y 2004 o este mismo año en el que nos encontramos. Lástima que considerando al agua en España el bien más preciado la dejemos escapar al mar sin ninguna utilidad y mucho daño económico, y si no ha habido desgracias humanas ha sido merced a los embalses de la cuenca del Ebro.

Por consiguiente, sería bueno abandonar la histeria colectiva en la que nos quieren sumir algunas ONG y medios de comunicación sobre el cambio climático. En este sentido, cabe recordar la similitud del Informe de la ONU con el emitido por el Club de Roma (Meadows, Massachusetts Institute of Technology ) allá por 1972, cuando un nutrido grupo de científicos, entre ellos varios Premios Nobel, afirmaba que el ritmo de crecimiento era imposible de mantener, por lo que estarían agotadas las reservas de gas, petróleo, etc. para el año 2000; a partir de esa fecha se produciría una grave crisis en las producciones industrial y agrícola que invertirían el sentido de su evolución. Pues ya ven su error fue mayúsculo y eso que la población aumentó más de lo previsto y el desarrollo llegó a más países y más millones de habitantes que nunca, hasta el extremo de que hoy día la población que vive con menos de 1 dólar diario pasó del 17%, en 1970, al 6,5% y la que tiene menos de 2 dólares se redujo del 41% al 19%, en el mismo periodo. Lo que sí procede es abordar urgentemente el tema de las emisiones contaminantes y dar respuesta al hambre en el mundo (principal problema de la humanidad), con soluciones eficaces y compatibles desde la óptica social, ambiental y económica.

JULIÁN MORA ALISEDA es profesor de la Universidad de Extremadura