Ribadelago, 50 years of struggle to survive
Sat, 10/01/2009
Las madres sanabresas de Ribadelago, curtidas por las desgracias y el trabajo, se derrumbaron ayer ante el monumento levantado junto a la Peña de La Fuente en la plaza de Ribadelago, al ver esculpidos en bronce los 144 nombres de los fallecidos.
Cuando las autoridades se retiraron tras cumplimentar la ofrenda y el descubrimiento de la estatua de bronce cincelada por Ricardo Flecha para proseguir los actos religiosos en la carpa, las lágrimas, que hasta ese momento se habían sujetado, asomaron entre las mujeres más endurecidas del pueblo y entre los hombres sanabreses cuando descubrían el nombre de padres, madres, abuelos, hijos, sobrinos, tíos y amigos, que se fueron detrás del fragor de las aguas. Cientos de personas se pararon unos minutos a los pies de la madre de todos los sanabreses para dar un gracias corto, una oración breve, un penúltimo adiós, una lágrima más, incluso un instante para poder acariciar esos inocentes nombres.
Los obispos de Astorga y Zamora, Camilio Lorenzo y Gregorio Martínez, concelebraron la misa con ocho sacerdotes de la comarca, entre ellos Juan García, el párroco de Ribadelago. Una misa que cada año durante medio siglo se ha celebrado en el pueblo con la asistencia de poco más de una decena de personas y ayer concentró a más de un millar. Las casas de Ribadelago, que mayoritariamente están cerradas en invierno, ayer estaban abiertas y llenas de familias. La mañana fue también propicia para las reivindicaciones, como hacía Felipe San Román, secretario de la Fundación de Ribadelago, que pedía el compromiso de las Administraciones por el abandono que ha sufrido el pueblo durante medio siglo y pedía «que se cumplan las promesas».
La mañana fue intensa en emociones y en discursos, y no faltó el calor y el apoyo de más de un millar de personas que tributaron el aplazado homenaje cincuenta años después a los pocos más de 300 supervivientes y familiares que ayer ocuparon un lugar de honor en la carpa instalada en la vega del nefasto Cañón del Tera. La rotura de la presa de Vega de Tera queda en los anales de la historia del siglo XX como la peor catástrofe de víctimas humanas provocada por la rotura de un pantano en toda la Península Ibérica.
Las miradas se centraban obligatoriamente en los supervivientes y en su testimonio. El alcalde de Galende, Jesús Villasante, abrió las intervenciones para «acompañar en la memoria» y «agradecer» los testimonios de apoyo con los actos del 50 aniversario en un pueblo donde «cada corazón es una sepultura sobre la que sigue llorando una población que pesar del coraje, aún vive la pesadilla». Destacó el apoyo de instituciones, y en especial de la Diputación, cuyo presidente, Fernando Martínez Maíllo, se comprometió a donar el edificio del albergue de Ribadelago para el Museo Permanente de la Memoria.
La intervención más profunda y contundente fue la de María Jesús Otero, que tomó la voz en nombre de los supervivientes y afrontó el difícil papel de resumir cincuenta vidas de medio millar de personas que en en 1959 vivían en el pueblo, «ser la voz de todos, mis queridos vecinos supervivientes» y poder expresar el dolor de la pérdida de los seres queridos, «el recuerdo, el silencio, las numerosas injusticias, las incompresiones sufridas por todos nosotros en estos últimos cincuenta años».
Pocas palabras, con pocos calificativos pero contundentes. «Fue una tragedia no una catástrofe», sentenció en un sanabrés claro y entendible. Recordó las palabras de Miguel Unamuno, en los años treinta, que dibujó bajo el Lago el pueblo de Valverde de Lucerna, y que no se inspiró en ningún pueblo de la zona «porque eran muy pobres, y él no los considero dignos». Fue premonitorio: «servir de pasto a la truchas es tan de muerto, amargo trago». Denunció de esta manera el abandono y olvido, incluso desprecio de estos pueblos, hasta por la clase intelectual, que tampoco hizo nada por sacarlos de su atraso.
Pese a ser una tierra «miserabilísima en dinero» era muy rica en cultura popular, honradez, alegría, trabajo y rodeados de naturaleza. Por conservar el Lago hubo que pagar un alto precio, 144 personas. «Todo fue brutalmente destrozado» el mismo día que la presa, mal construida, se llena, relató. Una presa construida «con técnicas experimentales y mortíferas, pero ¡qué importaba la vida de unos aldeanos, frente al afán de riqueza!».
En los años cuarenta el progreso se cobra su tributo primero en los pastos, en las tierras, en el agua y finalmente reclama el sacrificio de un pueblo. El progreso «quita con una mano lo que nos da con la otra, no nos dieron ni la luz».
Ribadelago dejó de existir. Abrumados, unos se marcharon, otros no fueron capaces de volver, los que se quedaron no vieron progreso, su calidad de vida empeoró, pagaron las casas en un lugar insalubre. Una a una, María Jesús Otero lanzó a las autoridades las verdades de lo que ha sido Ribadelago en estos cincuenta años después de la tragedia.
Ante sus afirmaciones, con verdades como templos que resumen el sentir de todo el pueblo, los discursos resultaron mucho más institucionales. Aunque hubo notas personales, porque muchos cargos que asistieron al acto tienen raíces zamoranas y heredaron y escucharon de sus mayores la desgracia de Ribadelago.
Horas antes de los actos centrales, al filo de la media noche, cerca de 2.000 personas de todos los pueblos de Sanabria se sumaron a los actos de recuerdo, con gentes venidas de Porto, Hermisende, Valdespino, San Martín, Puebla, Galende, Avedillo, Ilanes, Pedralba. Respondieron honorablemente, al igual que hace medio siglo ante la tragedia.
Cuando las autoridades se retiraron tras cumplimentar la ofrenda y el descubrimiento de la estatua de bronce cincelada por Ricardo Flecha para proseguir los actos religiosos en la carpa, las lágrimas, que hasta ese momento se habían sujetado, asomaron entre las mujeres más endurecidas del pueblo y entre los hombres sanabreses cuando descubrían el nombre de padres, madres, abuelos, hijos, sobrinos, tíos y amigos, que se fueron detrás del fragor de las aguas. Cientos de personas se pararon unos minutos a los pies de la madre de todos los sanabreses para dar un gracias corto, una oración breve, un penúltimo adiós, una lágrima más, incluso un instante para poder acariciar esos inocentes nombres.
Los obispos de Astorga y Zamora, Camilio Lorenzo y Gregorio Martínez, concelebraron la misa con ocho sacerdotes de la comarca, entre ellos Juan García, el párroco de Ribadelago. Una misa que cada año durante medio siglo se ha celebrado en el pueblo con la asistencia de poco más de una decena de personas y ayer concentró a más de un millar. Las casas de Ribadelago, que mayoritariamente están cerradas en invierno, ayer estaban abiertas y llenas de familias. La mañana fue también propicia para las reivindicaciones, como hacía Felipe San Román, secretario de la Fundación de Ribadelago, que pedía el compromiso de las Administraciones por el abandono que ha sufrido el pueblo durante medio siglo y pedía «que se cumplan las promesas».
La mañana fue intensa en emociones y en discursos, y no faltó el calor y el apoyo de más de un millar de personas que tributaron el aplazado homenaje cincuenta años después a los pocos más de 300 supervivientes y familiares que ayer ocuparon un lugar de honor en la carpa instalada en la vega del nefasto Cañón del Tera. La rotura de la presa de Vega de Tera queda en los anales de la historia del siglo XX como la peor catástrofe de víctimas humanas provocada por la rotura de un pantano en toda la Península Ibérica.
Las miradas se centraban obligatoriamente en los supervivientes y en su testimonio. El alcalde de Galende, Jesús Villasante, abrió las intervenciones para «acompañar en la memoria» y «agradecer» los testimonios de apoyo con los actos del 50 aniversario en un pueblo donde «cada corazón es una sepultura sobre la que sigue llorando una población que pesar del coraje, aún vive la pesadilla». Destacó el apoyo de instituciones, y en especial de la Diputación, cuyo presidente, Fernando Martínez Maíllo, se comprometió a donar el edificio del albergue de Ribadelago para el Museo Permanente de la Memoria.
La intervención más profunda y contundente fue la de María Jesús Otero, que tomó la voz en nombre de los supervivientes y afrontó el difícil papel de resumir cincuenta vidas de medio millar de personas que en en 1959 vivían en el pueblo, «ser la voz de todos, mis queridos vecinos supervivientes» y poder expresar el dolor de la pérdida de los seres queridos, «el recuerdo, el silencio, las numerosas injusticias, las incompresiones sufridas por todos nosotros en estos últimos cincuenta años».
Pocas palabras, con pocos calificativos pero contundentes. «Fue una tragedia no una catástrofe», sentenció en un sanabrés claro y entendible. Recordó las palabras de Miguel Unamuno, en los años treinta, que dibujó bajo el Lago el pueblo de Valverde de Lucerna, y que no se inspiró en ningún pueblo de la zona «porque eran muy pobres, y él no los considero dignos». Fue premonitorio: «servir de pasto a la truchas es tan de muerto, amargo trago». Denunció de esta manera el abandono y olvido, incluso desprecio de estos pueblos, hasta por la clase intelectual, que tampoco hizo nada por sacarlos de su atraso.
Pese a ser una tierra «miserabilísima en dinero» era muy rica en cultura popular, honradez, alegría, trabajo y rodeados de naturaleza. Por conservar el Lago hubo que pagar un alto precio, 144 personas. «Todo fue brutalmente destrozado» el mismo día que la presa, mal construida, se llena, relató. Una presa construida «con técnicas experimentales y mortíferas, pero ¡qué importaba la vida de unos aldeanos, frente al afán de riqueza!».
En los años cuarenta el progreso se cobra su tributo primero en los pastos, en las tierras, en el agua y finalmente reclama el sacrificio de un pueblo. El progreso «quita con una mano lo que nos da con la otra, no nos dieron ni la luz».
Ribadelago dejó de existir. Abrumados, unos se marcharon, otros no fueron capaces de volver, los que se quedaron no vieron progreso, su calidad de vida empeoró, pagaron las casas en un lugar insalubre. Una a una, María Jesús Otero lanzó a las autoridades las verdades de lo que ha sido Ribadelago en estos cincuenta años después de la tragedia.
Ante sus afirmaciones, con verdades como templos que resumen el sentir de todo el pueblo, los discursos resultaron mucho más institucionales. Aunque hubo notas personales, porque muchos cargos que asistieron al acto tienen raíces zamoranas y heredaron y escucharon de sus mayores la desgracia de Ribadelago.
Horas antes de los actos centrales, al filo de la media noche, cerca de 2.000 personas de todos los pueblos de Sanabria se sumaron a los actos de recuerdo, con gentes venidas de Porto, Hermisende, Valdespino, San Martín, Puebla, Galende, Avedillo, Ilanes, Pedralba. Respondieron honorablemente, al igual que hace medio siglo ante la tragedia.