A dock under the Ebro against the ascent of the sea
Tue, 16/02/2010
Miquel Reverté es un testigo excepcional de un cambio difícilmente perceptible: la subida del nivel del mar. "En los 20 años que llevo aquí la mar ha subido unos cuatro dedos. La mar se hincha cada vez más", explica Miquel, acequiero mayor de la margen derecha del delta del Ebro, en Tarragona.
Lo sabe porque las bombas con las que desagua los arrozales, algunos de ellos claramente bajo el nivel del Mediterráneo, las pone en marcha cada vez con mayor frecuencia. Y con la mar hinchada y con el menor caudal del Ebro, la cuña salina, la lengua del mar que sube por el Ebro y amenaza el ecosistema, avanza lenta pero casi imparable.
La situación ha llevado a la Confederación Hidrográfica del Ebro del Ministerio de Medio Ambiente, a plantearse un sistema de diques subacuáticos que frenen la entrada de agua salada. "Esas barreras podrían ser una buena solución contra la cuña salina. Lo estamos estudiando", afirma el secretario de Estado de Agua, Josep Puxeu, que ha visitado el delta y conoció de primera mano el problema que vive el humedal.
Las barreras ya existen en el delta del Po, en Italia. El ingeniero responsable del proyecto, Lino Tosini, explica por teléfono su funcionamiento: "Las barreras antisal tienen entre seis y ocho metros de alto. Se colocan en el lecho del río cerca de la desembocadura. Encima quedan entre dos y dos metros y medio sin barrera para que puedan pasar barcos".
Cuando el río lleva mucho caudal, "el agua dulce abre las láminas y todo el caudal sale hacia el mar". Cuando el caudal es menor, se produce la entrada de la cuña salina en el delta. En ese momento, las barreras se cierran, y frenan la entrada de sal. Se colocan en el fondo porque el agua salada es más densa y ocupa la parte inferior del río. Tosini sostiene que en el Po no se han detectado "problemas ambientales" con los diques.
Tosini explica que ha estado en Zaragoza, en la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro, explicando el proyecto, que costaría entre dos y tres millones de euros para el caso español. En Italia hay dos barreras en el Po (colocadas en 1987 y 1990) y una en el río Adige (de 1990). Los técnicos las colocan en abril y las retiran en septiembre. El resto del año el río se basta para mantener a raya la entrada del mar.
Enric García, director del consorcio Deltamed, que agrupa a los principales deltas del Mediterráneo, apoya la construcción de las barreras: "A veces el río en Amposta (a más de 20 kilómetros de la desembocadura) parece que lleva mucha agua. Pero sólo es dulce la que hay arriba. A muy poca altura ya entra agua salada". García trabaja en la comunidad de regantes de la margen derecha, que agrupa a unos 5.000 dueños de 15.000 hectáreas de arrozales que se riegan con el agua del Ebro: "En el río, muy cerca de Amposta, se pueden pescar un lenguado. ¿Usted cree que es normal que en vez de una carpa aparezca un pez de agua salada?".
Reverté tiene una visión parecida: "La gente viene aquí de visita y dice: "Cuánta agua lleva el Ebro. ¿Por qué no quieren un trasvase? ¿Qué más les da?". No saben que muchas veces es agua salada en su mayoría". El acequiero señala el color del río ya muy cerca del mar. Es de un azul indistinguible del océano y apunta a unos restos blancos por el suelo: "Eso es sal que se mete por el delta".
La entrada de sal es una consecuencia de la regulación del río y de la reducción de caudales. Cuando el río lleva más de 300 metros cúbicos por segundo de caudal en la desembocadura, el mar no entra. "Pero no hay agua para mantener ese caudal. Por eso necesitaríamos las barreras para defendernos un poco de la marea. Con la sal muere todo, el arroz y las plantas", explica el presidente de los regantes de la margen derecha, Manuel Masiá.
La Plataforma en Defensa del Ebro, un influyente grupo ecologista, insiste en que es necesario que el plan de la cuenca del Ebro en elaboración fije un caudal ecológico suficiente para garantizar la supervivencia del delta.
Con las llamadas barreras antisal, el ministerio pretende combatir una regresión que parece imparable. El delta creció a partir del siglo XV con la deforestación aguas arriba. El Ebro comenzó a transportar una gran cantidad de sedimentos que se quedaban en la desembocadura. En el siglo XX, con la construcción río arriba de los enormes embalses de Mequinenza, Flix y Ribarroja, la llegada de sedimentos se redujo drásticamente. Y el delta no ha hecho más que menguar y moverse. Costas ya ha diseñado un muro de dos metros de alto y 16 kilómetros para salvar el delta de la subida del nivel del mar. Las barreras antisal completarían, bajo el mismo río, ese sistema.
El Plan Integral de Protección del Delta del Ebro, de 2006, calcula que el delta se hunde unos tres milímetros al año. Eso, unido a la subida prevista del nivel del mar por el cambio climático, hace prever que el aumento relativo del nivel del mar en el delta del Ebro sea de 57 centímetros a final de este siglo. Puxeu destaca la inversión de 26 millones de euros en obras de depuración.
El Ministerio y los técnicos buscan todo tipo de soluciones. Primero analizaron si se podía remover el fondo de los embalses para que los limos llegasen al delta. Pero el embalse de Flix acumula en su lecho 700.000 toneladas de residuos tóxicos y no se debe remover.
Miquel Reverté ya combate el mar con el potente sistema de bombas para secar el arrozal, pero no ve claro el futuro: "Si el mar sigue subiendo por el deshielo no sé qué vamos a hacer".
Lo sabe porque las bombas con las que desagua los arrozales, algunos de ellos claramente bajo el nivel del Mediterráneo, las pone en marcha cada vez con mayor frecuencia. Y con la mar hinchada y con el menor caudal del Ebro, la cuña salina, la lengua del mar que sube por el Ebro y amenaza el ecosistema, avanza lenta pero casi imparable.
La situación ha llevado a la Confederación Hidrográfica del Ebro del Ministerio de Medio Ambiente, a plantearse un sistema de diques subacuáticos que frenen la entrada de agua salada. "Esas barreras podrían ser una buena solución contra la cuña salina. Lo estamos estudiando", afirma el secretario de Estado de Agua, Josep Puxeu, que ha visitado el delta y conoció de primera mano el problema que vive el humedal.
Las barreras ya existen en el delta del Po, en Italia. El ingeniero responsable del proyecto, Lino Tosini, explica por teléfono su funcionamiento: "Las barreras antisal tienen entre seis y ocho metros de alto. Se colocan en el lecho del río cerca de la desembocadura. Encima quedan entre dos y dos metros y medio sin barrera para que puedan pasar barcos".
Cuando el río lleva mucho caudal, "el agua dulce abre las láminas y todo el caudal sale hacia el mar". Cuando el caudal es menor, se produce la entrada de la cuña salina en el delta. En ese momento, las barreras se cierran, y frenan la entrada de sal. Se colocan en el fondo porque el agua salada es más densa y ocupa la parte inferior del río. Tosini sostiene que en el Po no se han detectado "problemas ambientales" con los diques.
Tosini explica que ha estado en Zaragoza, en la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro, explicando el proyecto, que costaría entre dos y tres millones de euros para el caso español. En Italia hay dos barreras en el Po (colocadas en 1987 y 1990) y una en el río Adige (de 1990). Los técnicos las colocan en abril y las retiran en septiembre. El resto del año el río se basta para mantener a raya la entrada del mar.
Enric García, director del consorcio Deltamed, que agrupa a los principales deltas del Mediterráneo, apoya la construcción de las barreras: "A veces el río en Amposta (a más de 20 kilómetros de la desembocadura) parece que lleva mucha agua. Pero sólo es dulce la que hay arriba. A muy poca altura ya entra agua salada". García trabaja en la comunidad de regantes de la margen derecha, que agrupa a unos 5.000 dueños de 15.000 hectáreas de arrozales que se riegan con el agua del Ebro: "En el río, muy cerca de Amposta, se pueden pescar un lenguado. ¿Usted cree que es normal que en vez de una carpa aparezca un pez de agua salada?".
Reverté tiene una visión parecida: "La gente viene aquí de visita y dice: "Cuánta agua lleva el Ebro. ¿Por qué no quieren un trasvase? ¿Qué más les da?". No saben que muchas veces es agua salada en su mayoría". El acequiero señala el color del río ya muy cerca del mar. Es de un azul indistinguible del océano y apunta a unos restos blancos por el suelo: "Eso es sal que se mete por el delta".
La entrada de sal es una consecuencia de la regulación del río y de la reducción de caudales. Cuando el río lleva más de 300 metros cúbicos por segundo de caudal en la desembocadura, el mar no entra. "Pero no hay agua para mantener ese caudal. Por eso necesitaríamos las barreras para defendernos un poco de la marea. Con la sal muere todo, el arroz y las plantas", explica el presidente de los regantes de la margen derecha, Manuel Masiá.
La Plataforma en Defensa del Ebro, un influyente grupo ecologista, insiste en que es necesario que el plan de la cuenca del Ebro en elaboración fije un caudal ecológico suficiente para garantizar la supervivencia del delta.
Con las llamadas barreras antisal, el ministerio pretende combatir una regresión que parece imparable. El delta creció a partir del siglo XV con la deforestación aguas arriba. El Ebro comenzó a transportar una gran cantidad de sedimentos que se quedaban en la desembocadura. En el siglo XX, con la construcción río arriba de los enormes embalses de Mequinenza, Flix y Ribarroja, la llegada de sedimentos se redujo drásticamente. Y el delta no ha hecho más que menguar y moverse. Costas ya ha diseñado un muro de dos metros de alto y 16 kilómetros para salvar el delta de la subida del nivel del mar. Las barreras antisal completarían, bajo el mismo río, ese sistema.
El Plan Integral de Protección del Delta del Ebro, de 2006, calcula que el delta se hunde unos tres milímetros al año. Eso, unido a la subida prevista del nivel del mar por el cambio climático, hace prever que el aumento relativo del nivel del mar en el delta del Ebro sea de 57 centímetros a final de este siglo. Puxeu destaca la inversión de 26 millones de euros en obras de depuración.
El Ministerio y los técnicos buscan todo tipo de soluciones. Primero analizaron si se podía remover el fondo de los embalses para que los limos llegasen al delta. Pero el embalse de Flix acumula en su lecho 700.000 toneladas de residuos tóxicos y no se debe remover.
Miquel Reverté ya combate el mar con el potente sistema de bombas para secar el arrozal, pero no ve claro el futuro: "Si el mar sigue subiendo por el deshielo no sé qué vamos a hacer".