Afortunadamente en nuestro país actualmente estas enfermedades están absolutamente erradicadas debidas al control exhaustivo sobre las fuentes de agua potable y los modernos sistemas de tratamiento de aguas residuales y tan solo se registran casos aislados, normalmente en viajeros procedentes de países en vías de desarrollo. No fue así hasta hace poco tiempo y las epidemias fueron recurrentes durante el siglo XIX e incluso durante el siglo XX.
El cólera atacó por primera vez Europa hacia 1827. Una segunda y gran epidemia de cólera asiático llego a Europa en 1830. Desde la ciudad rusa de Astracán, a orillas del Volga, llegó a Moscú y más tarde a Polonia en 1831, invadiendo en los años posteriores toda Europa Occidental. Penetró en España a través del puerto de Vigo, atacando con fuerza durante el verano de 1833, 1834 y 1835. Hubo gran malestar social debido a la epidemia y a la guerra carlista. En Madrid corrió el rumor de que los frailes (la iglesia en gran medida era afecta a la causa del pretendiente carlista) habían envenenado las aguas, por lo que las clases populares asaltaron los conventos, asesinando frailes, en una primera oleada de violencia anticlerical que se extendió a otras capitales ante la falta de reacción del gobierno. En el verano de 1835 hubo nuevos disturbios coincidiendo con el rebrote de la pandemia, especialmente violentos en Barcelona donde los obreros quemaron la fábrica de Bonaplata y Cia. Los levantamientos popula res se extendieron a otras ciudades. Se trato de luchar contra la epidemia aumentando las medidas higiénicas, recogida de basuras etc. aunque sin muchos resultados. Atacó a unas 450.000 personas, falleciendo unas 102.000.
En 1852 se inició otra gran epidemia de cólera en Indonesia llegando a Europa de forma generalizada durante los años 1854-55 y golpeando de forma si cabe de forma más dura, siendo conocidos estos años como “los años del cólera”. Se extendió en la península a través de Valencia, donde se dieron los primeros casos. Hubo unos 800.000 afectados y más de 200.000 muertes. Sin embargo se logró un importante avance, ya que el científico británico John Snow demostró en un estudio epidemiológico exhaustivo que la patología la causaba un microorganismo que se propagaba a través del consumo de agua contaminada por materias fecales. Estos hallazgos no fueron aceptados por las autoridades del momento, que creían que la enfermedad se transmitía por vía aérea. Pese a todo, poco a poco las medidas de saneamiento realizadas a nivel Europeo lograrían ir frenando lentamente la pandemia. Entre ellas puede citarse la creación del Canal de Isabel II, que abastecía de agua todo Madrid, en el mismo 1854.
Tras estas grandes epidemias hubo nuevos rebrotes en 1859, 1865-66, 1882 y 1892. Su incidencia fue menor aunque segaron gran número de vidas. En 1883 el doctor Robert Koch identifica en las heces de los afectados el bacilo que lleva su nombre y es el causante de la enfermedad y las bases del mecanismo de control se asientan en 1893, siendo las que se utilizan hoy en día. Esto unido a las mejoras higiénicas realizadas en el mundo occidental hacen que la enfermedad nunca vuelva a golpear con tanta virulencia. De todas formas puede decirse que el cólera fue la gran pandemia del siglo XIX a nivel global y solo en nuestro país segó la vida de más de 600.000 personas. Pese a esto el cólera siguió con nosotros todo el siglo XX hasta la completa modernización de país siendo los últimos brotes registrados en los veranos de 1971 y 1979.
Las colonias españolas en zonas tropicales como Cuba y Filipinas y los conflictos bélicos en ellas ocurridas durante el siglo XIX hicieron que otras enfermedades como la fiebre amarilla (conocida como vomito negro), el paludismo o la disentería se cebaran con gran virulencia en los soldados allí enviados. El propio Santiago Ramón y Cajal se contagió de disentería durante su servicio en las Antillas en 1874. Fueron enfermedades terribles por desconocidas que causaron un enorme número de bajas. Como mero apunte cabe decir que en el periodo 1896-97, unos 80.000 hombres fueron enviados al conflicto cubano, de los que apenas el 50% pudo combatir, ya que la mitad quedo diezmado por estas enfermedades. De las 60.000 victimas mortales españolas acaecidas en el último conflicto bélico cubano de 1895-1898 apenas 1.000 son achacables directamente a los combates. Los barcos volvían a la península atestados de soldados medio muertos por las epidemias, lo que causo un impacto psicológico considerable.